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Valentía en Cristo

En los albores del siglo xix, Mary McDowell vivía totalmente ajena a los brutales mataderos de Chicago. Aunque su casa estaba a solo unos 35 kilómetros, sabía poco de las terribles condiciones de trabajo que llevaron a los empleados a hacer huelga. Cuando se enteró de lo que enfrentaban junto con sus familias, se mudó a vivir entre ellos y abogar por mejores condiciones. Se ocupó de sus necesidades, incluso enseñando en una escuela en el fondo de una pequeña tienda.

Recuerda al Creador

Hace poco, leí una novela sobre una mujer que se niega a reconocer que tiene cáncer terminal. Cuando sus desesperados amigos la obligan a enfrentar la verdad, surge la razón de su evasiva. «Desperdicié mi vida —les dice—. Aunque nací talentosa y rica, no hice nada provechoso. Fui descuidada». Considerar la perspectiva de dejar el mundo en ese momento, sintiendo que había logrado poco, era demasiado doloroso.

Dios las hizo todas

Xavier, mi hijo de tres años, me apretó la mano cuando entramos en el Acuario de la bahía de Monterey, en California. Señalando hacia la escultura de tamaño real de una ballena jorobada, suspendida del techo, dijo: «¡Enorme!». Siguió con los ojos bien abiertos mientras exploramos cada sala. Nos reímos cuando las nutrias salpicaban agua mientras comían. Quedamos en silencio ante la gran ventana de vidrio, fascinados con las medusas doradas que danzaban en el agua azul eléctrico. «Dios hizo cada criatura del océano —dije—, así como nos hizo a ti y a mí». Y Xavier susurró: «Guau».

Compartir el entusiasmo por Cristo

Cuando conocimos a nuestro vecino Henry, él sacó de su bolso una Biblia desgastada. Con ojos brillantes, preguntó si nos gustaría conversar sobre las Escrituras. Asentimos, y mientras recorría algunos pasajes resaltados, nos mostró un cuaderno lleno de sus observaciones y dijo que también tenía una presentación digital con más información sobre esos temas.

Usar lo que Dios provee

La Municipalidad de Brisbane, en Australia, fue un proyecto deslumbrante en 1920. Las escaleras blancas eran de mármol de la misma cantera que usó Miguel Ángel para su escultura de David. La torre imitaba la de la basílica de San Marcos en Venecia, y su cúpula era la más grande del hemisferio sur. Los constructores querían adornar el pináculo con un enorme Ángel de la Paz, pero hubo un problema: no quedaba dinero. El fontanero Fred Johnson salió al rescate: fabricó la esfera que corona la torre desde hace casi 100 años con una cisterna de inodoro, un viejo poste de luz y trozos de chatarra.

Dios, nuestro refugio

La película Mujercitas, de 2019, me hizo releer mi desgastado ejemplar de la novela; en especial, las palabras reconfortantes de Margaret, la sabia y gentil madre. Me atrae la descripción de su sólida fe, que fundamenta muchas de sus frases de aliento a sus hijas. La que más me impactó es esta: «las penas y tentaciones […] quizá sean muchísimas, pero puedes vencerlas a todas si aprendes a sentir la fuerza y ternura de tu Padre celestial».

Haciendo el bien para Dios

Aunque, por lo general, Patricio no llevaba dinero encima, sintió que Dios lo guiaba a meter un billete de cinco dólares en el bolsillo antes de salir de su casa. Durante el almuerzo, en la escuela donde trabajaba, entendió por qué Dios lo había preparado para satisfacer una necesidad urgente. En medio del bullicio, oyó decir: «Esteban necesita cinco dólares para poner en su cuenta y poder almorzar el resto de la semana». ¡Imagina la emoción de Patricio al dar su dinero para ayudar a Esteban!

El poder mayor de Dios

En marzo de 1945, el «Ejército Fantasma» ayudó a las tropas estadounidenses a cruzar el río Rin y darles así una base de operaciones vital en la Segunda Guerra Mundial. El equipo de 1.100 hombres simuló ser 30.000 al usar, entre otras cosas, tanques señuelos inflables, efectos de sonido de vehículos y explosiones por altoparlantes. Ese número pequeño de miembros hizo que el enemigo temiera a un supuesto ejército mucho más grande.

Jesús habita en el interior

Cuando una tormenta de nieve azotó la región donde vivíamos, mi madre, viuda, aceptó quedarse con mi familia hasta que pasara. Pero nunca volvió a su casa y vivió con nosotros el resto de su vida. Su presencia nos cambió de muchas maneras positivas. Todos los días, transmitía consejos y sabiduría a la familia, y compartía historias ancestrales. Ella y mi esposo se hicieron muy amigos, compartiendo un similar sentido del humor y amor por los deportes. Dejó de ser una visita y se volvió una residente vital y permanente que transformó nuestros corazones aun después de que Dios la llamó al hogar celestial.

Un corazón para Cristo

Mientras mantengas la boca cerrada —me dije—, no harás nada malo. Había estado refrenando exteriormente mi enojo hacia una colega después de malinterpretar lo que ella había dicho. Como teníamos que vernos todos los días, decidí limitar mi interacción a solo lo necesario (y vengarme con mi silencio). ¿Cómo podía un comportamiento inaudible estar mal?