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Siempre fiel

El incendio forestal más desastroso en la historia de Estados Unidos fue el de Peshtigo, en Wisconsin. Ocurrió la misma noche que el más conocido, en Chicago, pero cobró varios cientos de vidas más. Peshtigo, una ciudad floreciente con edificios de madera y parte de la industria maderera, se consumió en una hora con el infierno que avivaron las ráfagas de viento.

Paz al soltar

Kayla frunció el ceño mientras metía otro papel en una caja abarrotada que tenía una etiqueta que decía: «Entrégaselo a Dios». Suspirando profundamente, revisó las oraciones que ya había colocado en la caja. «Las leo en voz alta casi todos los días —le dijo a su amiga—. ¿Cómo puedo estar segura de que Dios me escucha?». Chantel le dio su Biblia y dijo: «Confiando en que Dios cumple su palabra y dejando las cosas en sus manos cada vez que escribes o lees una oración que le has hecho».

La familia de Dios

Era el año 1863. Edwin estaba en una plataforma de ferrocarril en Jersey City y observó cómo la multitud empujaba a un joven contra un vagón. El hombre cayó peligrosamente en el espacio entre el tren y la plataforma. Cuando el tren empezó a moverse, Edwin se agachó y, justo a tiempo, salvó al hombre.

Cuando la vida es injusta

En la novela clásica de Charles Dickens, Oliver Twist, el enfermizo Oliver nace en un hospicio famoso por explotar a los pobres. Huérfano desde su nacimiento, el niño finalmente huye debido al trato abusivo. Tras una asombrosa serie de «giros», descubre que es heredero de una considerable fortuna. Dickens, a quien le encantaban los finales felices, se aseguró de que todos los que habían dañado a Oliver fueran juzgados o se arrepintieran. Sus opresores obtuvieron lo que merecían mientras que él heredó la tierra. Si tan solo la vida tuviera finales buenos como los de una novela de Dickens.

Parecerse a Cristo

Como un niño de las décadas de 1950 y 1960, crecí en una época en la que el «pasatiempo estadounidense» era el béisbol. No podía esperar para ir al parque a jugar; y una de mis mayores emociones fue cuando recibí la camiseta de béisbol con el nombre de nuestro equipo: ¡GIANTS! Aunque el número 9 en mi espalda me distinguía de los demás, el uniforme nos identificaba como miembros del mismo equipo.

Un amigo a medianoche

«¿A quién puedes llamar a medianoche cuando todo anda mal?». Esta pregunta me sacudió cuando la oí por primera vez. ¿Cuántas de mis amistades eran suficientemente fuertes para importunarlas cuando las necesitara? No estaba seguro.

Sustentados por Dios

Con mi familia, trajimos a mi papá a vivir a casa. Una enfermedad degenerativa requería que estuviera las 24 horas en cama y con una sonda nasogástrica, así que estábamos adaptándonos a las nuevas rutinas médicas. Yo también estaba planificando un procedimiento gástrico para mi mamá y lidiando con los exigentes clientes en mi trabajo. Abrumada, un día busqué privacidad en el baño y clamé a Dios: Ayúdame, Padre. Por favor, dame fuerzas para atravesar los días que vienen.

Ver y servir

«En la vida, a veces vemos cosas que no podemos no ver», dijo Alexander McLean a un entrevistador. A los 18 años, había ido a Uganda a ayudar en cárceles y hospicios. Fue allí que vio algo que no pudo no ver: un hombre desamparado tirado junto a un retrete. McLean lo cuidó durante cinco días, pero el hombre murió.

La prueba de nuestra fe

En 304 d.C., el emperador romano Maximiano entró victorioso en la ciudad de Nicomedia. Se organizaron desfiles mientras los ciudadanos se reunían para agradecer a dioses paganos por la victoria… todos excepto una iglesia llena de personas que adoraban al único Dios verdadero. Maximiano entró en la iglesia con un ultimátum: renunciar a la fe en Cristo para escapar del castigo. Se negaron, y todos fueron asesinados cuando el emperador ordenó que incendiaran la iglesia con los creyentes adentro.

Dios, nuestro lugar seguro

Habíamos estado viajando en auto durante quince horas, y era ya de noche cuando una alerta de tornado captó nuestra atención: debíamos protegernos de inmediato. Justo en ese momento, relámpagos explotaron en el cielo y el viento empezó a presionar contra el auto. Aceleramos para salir de la autopista y estacionamos cerca de un edificio de cemento de un hotel. Entramos corriendo, agradecidos de encontrar refugio.