Aristóteles a la mesa
Aristóteles dijo que nadie puede ser amigo de un dios. ¿Por qué? Porque la amistad requiere igualdad, y ¿qué dios dejaría su estado celestial para volverse igual a seres humanos terrenales?
Ocuparse de los oprimidos
Josephine Butler, la esposa de un clérigo destacado, se encontró haciendo campaña por los derechos de las mujeres acusadas (a menudo injustamente) de ser «damas de la noche», a quienes la sociedad consideraba las «menos deseables». Impulsada por su profunda fe en Dios, luchó durante años contra las leyes británicas de la década de 1860 sobre enfermedades contagiosas, que sometían a las mujeres a exámenes «médicos» invasivos y crueles.
Andar en la luz de Cristo
La habitación del hotel de Tomás era superoscura durante la noche. ¿Y si se levantaba de noche y se caía porque no podía ver? Pero cuando se levantó, lo sorprendió ver una luz brillante que salía de debajo de la cama e iluminaba su camino. Un sensor de movimiento la había activado. Pero la luz solo funcionaba si se levantaba y empezaba a andar.
Amar a nuestros prójimos
Después de que una tormenta de verano golpeó nuestra ciudad, tuve que solucionar el daño hecho por los árboles a nuestra casa, además de limpiar a fondo el patio repleto de ramas y hojas. Mientras lo hacía, trataba de animarme repitiendo: «¡Nosotros no tenemos ningún árbol!». Es cierto. Aparte de tres pinos pequeños de menos de un metro de alto, no tenemos. Pero paso bastante tiempo limpiando después de las tormentas o cuando caen las hojas de los árboles de los vecinos.
Nunca solos
A lo largo de los años, he orado por muchas personas que luchan con la soledad por varias razones, y las he alentado: residentes de hogares de ancianos cuyos familiares no los visitan, viudas que pasan los días afuera para no estar solas en sus casas vacías, líderes en la obra de Dios que no tienen a nadie como confidente y personas sin techo que se sienten ignoradas y solas.
Siempre fiel
El incendio forestal más desastroso en la historia de Estados Unidos fue el de Peshtigo, en Wisconsin. Ocurrió la misma noche que el más conocido, en Chicago, pero cobró varios cientos de vidas más. Peshtigo, una ciudad floreciente con edificios de madera y parte de la industria maderera, se consumió en una hora con el infierno que avivaron las ráfagas de viento.
Paz al soltar
Kayla frunció el ceño mientras metía otro papel en una caja abarrotada que tenía una etiqueta que decía: «Entrégaselo a Dios». Suspirando profundamente, revisó las oraciones que ya había colocado en la caja. «Las leo en voz alta casi todos los días —le dijo a su amiga—. ¿Cómo puedo estar segura de que Dios me escucha?». Chantel le dio su Biblia y dijo: «Confiando en que Dios cumple su palabra y dejando las cosas en sus manos cada vez que escribes o lees una oración que le has hecho».
La familia de Dios
Era el año 1863. Edwin estaba en una plataforma de ferrocarril en Jersey City y observó cómo la multitud empujaba a un joven contra un vagón. El hombre cayó peligrosamente en el espacio entre el tren y la plataforma. Cuando el tren empezó a moverse, Edwin se agachó y, justo a tiempo, salvó al hombre.
Cuando la vida es injusta
En la novela clásica de Charles Dickens, Oliver Twist, el enfermizo Oliver nace en un hospicio famoso por explotar a los pobres. Huérfano desde su nacimiento, el niño finalmente huye debido al trato abusivo. Tras una asombrosa serie de «giros», descubre que es heredero de una considerable fortuna. Dickens, a quien le encantaban los finales felices, se aseguró de que todos los que habían dañado a Oliver fueran juzgados o se arrepintieran. Sus opresores obtuvieron lo que merecían mientras que él heredó la tierra. Si tan solo la vida tuviera finales buenos como los de una novela de Dickens.
Parecerse a Cristo
Como un niño de las décadas de 1950 y 1960, crecí en una época en la que el «pasatiempo estadounidense» era el béisbol. No podía esperar para ir al parque a jugar; y una de mis mayores emociones fue cuando recibí la camiseta de béisbol con el nombre de nuestro equipo: ¡GIANTS! Aunque el número 9 en mi espalda me distinguía de los demás, el uniforme nos identificaba como miembros del mismo equipo.