Compartir a Jesús
Poco después de que Dwight Moody pusiera su fe en Cristo, el evangelista decidió no dejar pasar un día sin compartir la buena noticia de Dios con al menos una persona. En días atareados, a veces se olvidaba de su resolución hasta tarde. Una noche, estaba en la cama cuando se acordó. Salió de su casa, pero pensó: No encontraré a nadie en medio de esta lluvia. Justo entonces, vio a un hombre caminando por la calle. Moody se acercó y le preguntó si podía refugiarse en su paraguas. Una vez que le dio permiso, dijo: «¿Tienes algún refugio en tiempos de tormenta? ¿Podría contarte sobre Jesús?».
Misericordia y gracia
Un majestuoso girasol se erguía solitario junto a un tramo de autopista nacional. Cuando pasé con el auto, me pregunté cómo habría crecido allí sin ningún otro girasol a la vista. Solo Dios podría crear una planta tan robusta que prosperara tan cerca de la carretera, en medio de tanta grava gris. Allí estaba, exultante, meciéndose suavemente en la brisa y saludando a los viajantes que pasaban apurados.
El poder del evangelio
La antigua Roma tenía su propia versión del «evangelio», la buena noticia. Según el poeta Virgilio, Zeus, el rey de los dioses, había decretado para los romanos un reino sin fronteras. Los dioses habían elegido a Augusto como el hijo divino y salvador del mundo al dar inicio a una era dorada de paz y prosperidad.
Un gran final
Mi esposo y mi hijo estaban haciendo zapeo, y descubrieron que sus películas favoritas ya habían comenzado. Mientras disfrutaban viendo las escenas finales, la búsqueda se transformó en un juego. Se las arreglaron para encontrar ocho de sus películas preferidas. Frustrada, pregunté por qué no elegían una para mirar desde el principio. Mi esposo se rio. «¿A quién no le gusta un gran final?».
El Sanador supremo
Cuando un tratamiento médico empezó a aliviar las alergias alimentarias severas de un familiar, me entusiasmé tanto que empecé a hablar de eso todo el tiempo y a elogiar al médico que había creado el programa. En un momento, unos amigos comentaron: «El mérito de la sanidad siempre debería ser de Dios». Esto me hizo pensar. ¿Había sacado mis ojos del Sanador supremo?
Acatar las advertencias
Cuando un carterista intentó robarme mientras estaba de vacaciones en otro país, no me sorprendió. Había leído sobre los peligros de los ladrones en los trenes, pero nunca esperé que fuera a sucederme.
Una buena razón
Las dos mujeres ocupaban los asientos del pasillo, uno frente al otro. El vuelo duraba dos horas, así que fue inevitable ver algunas de sus interacciones. Estaba claro que se conocían; quizá incluso eran parientas. La más joven (de unos 60 años de edad) buscaba a cada rato en su bolso para pasarle a la otra (de unos 90 años) bocadillos y entretenimiento. Cada entrega mostraba ternura y dignidad. Cuando nos levantamos para bajar del avión, le dije a la más joven: «Vi cómo la cuidaba. Qué hermoso». Me respondió: «Es mi mejor amiga. Es mi madre».
La provisión de Dios
Nos fuimos adentrando en el bosque, cada vez más lejos del pueblo en la provincia de Yunnan, China. Después de una hora, escuchamos el rugido ensordecedor del agua y llegamos a un claro con una hermosa vista de una espectacular cascada de agua.
Amar a tu enemigo
Me escabullí a una habitación antes de que ella me viera. Anhelaba regañarla, ponerla en su lugar. Aunque su conducta me había molestado, ¡lo más probable era que yo la hubiera irritado aún más!
No buscar venganza
El granjero se subió a su tractor y empezó a inspeccionar los cultivos. Al llegar al borde de la propiedad, le hirvió la sangre. Alguien había usado la granja para arrojar su basura en forma ilegal… otra vez.