Con una lente nueva
«¿No es maravilloso mirar un árbol y ver las hojas individuales en vez de un borrón verde?», dijo mi papá. En ese momento, yo tenía 18 años y no me encantaba la idea de usar anteojos, pero estos me cambiaron la manera de ver todo, ¡haciendo que lo borroso fuera bello!
Cuando los tiburones no muerden
Mis hijos estaban entusiasmados, pero yo estaba inquieta. Visitamos un acuario donde se podía acariciar tiburones pequeños. Cuando le pregunté a la encargada si las criaturas podían morder, ella explicó que se les acababa de dar mucha comida. No morderían porque no tenían hambre.
Desvíos divinos
A veces, nos resulta difícil escuchar «no» o «ahora no» de parte de Dios. Al inicio de mi ministerio, surgieron dos oportunidades de servicio en iglesias, pero ambas puertas terminaron cerrándose. Después de estas dos desilusiones, surgió otro puesto, y esta vez, me seleccionaron. Con ese llamado ministerial, vinieron trece años de trabajo pastoral que impactó muchas vidas.
Desatar la cuerda
Una organización cristiana fomenta la naturaleza sanadora del perdón. Presentan un sketch en el cual a una persona agraviada se la ata con una cuerda espalda con espalda al que la agravió. Solo ella puede desatar la cuerda. Sin perdón —sin desatar la cuerda—, no puede escapar del que está atado a su espalda.
Virtudes dignas de elogio
Regresé con el corazón desbordante de satisfacción del funeral de una mujer fiel. Su vida no tuvo nada de espectacular; pero amaba a Jesús, a sus siete hijos y a sus veinticinco nietos. Reía con facilidad, servía con generosidad y sabía batear una pelota de softball hasta muy lejos.
Hoguera de vanidad
En febrero de 1497, el monje Girolama Savonarola encendió una hoguera. Él y sus seguidores habían recolectado durante meses elementos que pensaban que podían tentar a las personas a pecar o a descuidar sus deberes religiosos: obras de arte, cosméticos, instrumentos y vestidos. Aquel día, quemaron miles de artículos de vanidad en una plaza pública. A este suceso se lo llegó a conocer como la Hoguera de las Vanidades.
Jugar con gozo
Uno de nuestros hijos, Brian, entrena a un equipo escolar de básquet. Un año, mientras se acercaban al torneo estatal en Washington, algunas personas bienintencionadas de la ciudad preguntaron: «¿Van a ganar todo este año?». Tanto los jugadores como los entrenadores sintieron la presión, así que Brian adoptó este lema: «¡Juguemos con gozo!».
El Señor se regocija
Hace poco, mi abuela me envió una carpeta llena de viejas fotografías, y mientras las iba hojeando, una captó mi atención. En la foto, tengo dos años y estoy sentada junto a una chimenea. Al otro lado, mi papá está abrazando a mi mamá. Los dos me miran con una expresión de amor y deleite.
Juego del escondite
«Me va a encontrar», pensé. Me latía fuerte el corazón al escuchar los pasos de mi primo de cinco años. Se estaba acercando. A cinco pasos de distancia. Tres. Dos. «¡Te encontré!».
Final de la envidia
Al artista francés Edgar Degas se lo recuerda por sus pinturas de bailarinas. Menos conocida es su envidia a Édouard Manet, otro experto pintor, sobre el cual declaró: «Siempre le surge todo de inmediato; yo me esfuerzo hasta el cansancio y nunca termino conforme».