Salmo 46:2b-3
Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; 3aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza.
Me gusta tener el control. Debo admitirlo. Sin embargo, hay ciertas cosas que sencillamente no puedo controlar, por más que lo intente. No puedo controlar el clima. No puedo controlar lo que hacen los demás. No puedo controlar las cosas malas que a veces les suceden a mis seres queridos. No puedo controlar las pandemias virales. Cuando caemos en la cuenta de que no podemos controlar cada situación, a veces empezamos a experimentar temor. Un diccionario del griego define el «temor» de esta manera: «un estado de severa aflicción, provocado por una inquietud intensa respecto a un dolor o peligro inminentes» (LN). El temor incluso puede atacarnos cuando pensamos en cosas malas, aunque no hayan sucedido ni lleguen a pasar.
El salmista afirma que no temeremos «aunque» el mundo se caiga a pedazos. Se imagina terremotos, inundaciones y desastres naturales catastróficos. Cosas que no podemos controlar. Cuando estas cosas sucedan —y podemos estar seguros de que sucederán en este mundo caído—, no tenemos por qué temer o entrar en un estado de angustia severa. En otras palabras, cuando el cielo se viene abajo y parece que todo se desmorona, ¡no tenemos que ceder al pánico!
¿Cómo podemos evitarlo? Una vez más, regresamos a la expresión «por tanto», en el versículo 2, que nos vuelve a señalar a nuestro Dios, quien nos defiende. Él es nuestro lugar de refugio y nuestra fuente de fortaleza.
Arkansas, donde vivo, tiene su cuota de tornados. Después de que un tornado devastador golpeó nuestra ciudad en 1997, construimos un búnker en nuestra casa, un lugar seguro rodeado de cemento y acero. El salmista está diciendo que Dios es nuestro búnker, nuestra fortaleza, nuestra fuerza y nuestro poder, nuestro Ayudador siempre presente. No se va a ningún lado y siempre está con nosotros. Por tanto, no debemos permitir que el temor nos abrume y nos paralice.

Martín Lutero, uno de los líderes de la Reforma protestante, escribió un himno a principios del siglo xvi, basado en estos versículos del Salmo 46: «Castillo fuerte es nuestro Dios». Aquí está la letra:

 

Castillo fuerte es nuestro Dios, defensa y buen escudo;
Con su poder nos librará, en este trance agudo.
Con furia y con afán, acósanos Satán.
Por armas deja ver astucia y gran poder; cual él no hay en la tierra.

 Luchar aquí sin el Señor, cuán vano hubiera sido.
Mas por nosotros pugnará de Dios el Escogido.
¿Sabéis quién es? Jesús, el que venció en la cruz;
Señor de Sabaoth, omnipotente Dios, Él triunfa en la batalla.

 Aun cuando estén demonios mil prontos a devorarnos,
no temeremos, porque Dios vendrá a defendernos.
Que muestre su vigor Satán, y su furor;

dañarnos no podrá, pues condenado está por la Palabra santa.

Sin destruir la dejará, aunque mal de su grado:
es la Palabra del Señor que lucha a nuestro lado.
Que lleven con furor los bienes, vida, honor, los hijos, la mujer,
todo ha de perecer; de Dios el reino queda.

 

Cuando parece que el mundo se cae a pedazos como en este momento, la poderosa presencia de Dios permanece como una «roca inconmovible» (F. F. Bruce). Él es nuestro refugio fuerte. Él es quien nos ayudará a atravesar las dificultades.
Oración: Señor, gracias porque este coronavirus no puede dañarte. Sigues sentado en el trono. Sigues teniendo el control. Y siempre estás con nosotros, independientemente de lo que suceda. Gracias porque escuchas cada una de nuestras preocupaciones e inquietudes. No tenemos por qué ceder ante el temor. ¡Gracias por ser nuestro castillo fuerte! Amén.