Salmo 46:4-5

Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de las moradas del Altísimo. Dios está en medio de ella; no será conmovida. Dios la ayudará al clarear la mañana.

 

Ya hablamos sobre cómo el famoso himno de Martín Lutero, «Castillo fuerte», se apoya en el Salmo 46. ¿Sabías, además, que cuando la peste bubónica golpeó la ciudad de Lutero (Wittenberg, Alemania), en 1527, él y su esposa Katharina (que estaba embarazada) decidieron quedarse y ayudar a los enfermos y moribundos? Lutero intento combinar el realismo (la medicina y el distanciamiento social) con la fe (el amor por el prójimo enfermo). Incluso escribió un folleto sobre el tema: Si uno puede huir de una plaga mortal. Según entiendo, el himno de Lutero se escribió apenas un par de años después de esa plaga, y quizá en respuesta a ella. Mi oración es que Dios haga grandes cosas en respuesta a nuestra crisis.
Los versículos del Salmo 46 nos animan. Hablan de un río. Parecería como si nunca fuese a dejar de llover esta primavera en esta región. Sin duda, Arkansas tiene la bendición del agua. Pero Jerusalén es distinta. En todo Israel, el agua es como un tesoro precioso, como el oro. Aquí nunca nos preocupa morir de sed, pero tener suficiente agua siempre es algo importante en Medio Oriente. Tener suficiente agua es una cuestión de vida o muerte. Por eso, cuando leemos que en la ciudad de Dios hay un río, una fuente interminable de vida, esto nos reconforta. Hoy, en medio de todo este desastre, Dios nunca dejará de darnos vida.
La vida de Dios que llega hasta nosotros como un río no es un arroyito magro y escaso, sino un río fuerte y caudaloso. En el libro de Apocalipsis, el río corre desde el mismo trono de Dios, desde su presencia (Apocalipsis 22:1-2; ver también Ezequiel 47:1-12). El río de vida, en Apocalipsis, representa la presencia vivificante de Dios. El Señor jamás nos deja; siempre está con nosotros. El resto del Salmo 46:4-5 dice algo similar. Dios, el Altísimo, santifica su morada (a su pueblo). Dios está con su pueblo. La ciudad (el pueblo de Dios) nunca será sacudida, perturbada ni confundida, porque Dios «la ayudará con su rostro». Dios la ayudará con su presencia personal.
Oración: Padre, parecería que intentas decirnos algo. Sabemos que sí. Todo señala en esa dirección. Independientemente de lo que suceda en este mundo caído, siempre podemos contar contigo, y siempre estarás con nosotros. Nunca nos dejarás ni nos abandonarás. ¡Siempre estás cerca! Y siempre podremos beber de ese río, de tu presencia vivificante que nos inunda. ¡Te alabamos y te damos gracias por amarnos tanto! Amén.