Cuando observamos la vida de Jesús, vemos que tuvo muchas interacciones radicales con los marginados, aquellos que habían caído al margen de la sociedad por pecado, vergüenza, juicio, o incluso defectos físicos y enfermedades.

Al mirar de cerca estos encuentros, empezaremos a ver que Jesús no solo se reunía con los marginados. Él también tiene un mensaje para nosotros.

Una mujer pecadora se acercó a Jesús, le lavó los pies con sus lágrimas y aceite perfumado. Simón el fariseo observó y criticó a Jesús por relacionarse con «esa clase de mujer» (v. 39).

Pero Jesús respondió a la crítica de Simón con una parábola que defendía la acción de la mujer como una muestra de gran amor por su Salvador, el cual le había perdonado mucho.

Las últimas palabras de Jesús hacia la mujer fueron: «Tu fe te ha salvado; vete en paz».

En esta historia, somos testigos de la magnitud del perdón abundante de Jesús, ¡y de cómo este perdón permite que pecadores como nosotros tengamos una relación con Él!

Los espectadores se burlaron cuando Jesús pidió quedarse en la casa de Zaqueo, porque este era un recaudador de impuestos, algo que tenía mala reputación y se consideraba traición a otros judíos, exhortación, y deshonestidad en aras de la ganancia financiera personal.

Pero cuando Zaqueo acogió alegremente a Jesús, en vez de permanecer en sus caminos pecaminosos, proclamó inmediatamente que daría la mitad de sus bienes a los pobres y que devolvería cuadruplicado lo que había estafado (v. 8).

Cuando Zaqueo encontró el perdón de Jesús, se vio forzado a reconciliarse con aquellos a quienes había hecho daño.

¡Que nuestro encuentro con el perdón de Jesús nos inspire a hacer lo mismo!

Al comer en la casa de un maestro y líder destacado, Jesús planteó un desafío a su anfitrión.

Le dijo que, en vez de invitar a amigos, familia o vecinos adinerados, cuando realizara una cena, invitara a aquellos que no tuvieran manera de pagarle por su generosidad (los pobres, lisiados, cojos y ciegos).

Aquí, Jesús nos recordó que amemos y sirvamos a otros. Incluso si no hacen lo mismo por nosotros, seremos bienaventurados (v. 14).

Mientras esperaba a sus discípulos junto a un pozo a las afueras de la ciudad samaritana, Jesús hizo una elección sorprendente al hablarle a una samaritana inmoral, alguien con al menos tres faltas sociales que la dejaban al margen.

¡Y le reveló su identidad como el tan esperado Mesías!

La mujer regresó deprisa a su ciudad y les contó a los demás sobre su encuentro con el Mesías (v. 29).

Como resultado de su relato, muchos de la ciudad creyeron en Jesús. Mientras leemos la historia, ¡recordamos que Dios suele obrar a través de las personas menos pensadas para compartir las buenas nuevas de Jesús!

Los discípulos de Jesús vieron a un ciego y le preguntaron a Jesús si la causa de su ceguera era el pecado de sus padres o su propio pecado.

Jesús los sorprendió al decir que el hombre no era ciego por algún pecado que él o sus padres habían cometido, sino que era ciego para que «las obras de Dios se manifestaran en él» (v. 3).

Aunque es común observar la adversidad y tratar de identificar su causa, esto suele darse simplemente por el quebranto de este mundo.

Sin embargo, somos animados a notar que las circunstancias difíciles no limitan a Dios, ¡sus obras pueden manifestarse incluso a través de la adversidad!

Publicado originalmente en YMI que forma parte de Ministerios Nuestro Pan Diario, en inglés. Traducido y republicado con permiso.