¿Quieres saber quién eres realmente? Fíjate en este versículo:

«Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras» (EFESIOS 2:10). Cuando el Espíritu de Dios, por medio de Pablo, nos dice que somos «hechura suya» la palabra en el griego original es poiema. ¡Yo creo que no hacía falta ni traducirlo! Imagínate que en nuestras Biblias dijera “porque somos un poema suyo, creados en Cristo Jesús…”, ¡Creo que sería genial

Somos un poema de Dios, ¡Eso es más que impresionante!

Quizás algunos piensen que es muy sencillo escribir un poema, pero no es así: los poemas sólo pueden salir de lo más profundo de nuestro ser, de muy adentro de las experiencias y los gemidos de nuestra propia alma.

Para escribir un poema tienes que amar.

Y cuando amas, atraviesas el valle del sufrimiento y la incomprensión, el dolor del abandono, la desesperanza de sentir que te han dado la espalda, la deliciosa ansiedad de querer estar con la persona amada y a veces, no poder hacerlo; los celos inexplicables de desear el bien de quienes te rechazan, la renuncia a lo que es justo para perdonar a quién no lo merece; la dul ce desesperación de dejar ir a quién quieres con “locura” porque ha tomado una decisión ajena a ti…

Todos los que hemos recibido al Señor en nuestra vida somos poemas de Dios, creados en Cristo Jesús. Como Autor, Él nos hizo en diferentes momentos de su eternidad, aunque Él vive más allá del tiempo. No, no se trata de que seamos frases terminadas atadas a un destino gramatical eterno; de alguna manera que no podemos entender, Dios nos ha dado una cierta libertad de rima que admite no sólo los errores, sino también las rectificaciones. Recuerda que no existe el poema perfecto.

Cuando nosotros escribimos un poema usamos nombres, verbos adjetivos, preposiciones… pero también formas, rimas y estructuras: cada uno es diferente. Las combinaciones pueden llegar a ser infinitas. Eso es lo que Dios hace con cada uno de sus hijos: nuestro carácter es diferente, la prosa y el verso que reflejamos no puede compararse. Ningún poema es más deseable que otro, las palabras no se prefieren porque su belleza es exhalada tanto por las voces que las pronuncian como por el corazón que las recibe.

¿Alguna vez lo has pensado? Los poemas brotan porque nuestro interior quiere dar a luz aquello que ha preñado su alma ¡no necesitan mayor justificación! pero también aprecian el ser degustados por otros. Los poemas llegan al corazón de las personas, nos hacen amar, meditar, imaginar, reír, tomar decisiones, juegan con nuestros sentimientos… Acostumbran a hacerle bien a quién los lee, de tal manera que, con el tiempo, somos casi incapaces de diferenciar los sentimientos del autor y los de aquellos que los disfrutan. No cabe ninguna duda de que Dios nos ha hecho de tal manera que somos incapaces de separar su gloria como Autor de nuestra necesidad de amar y ser amados. Nos cuesta comprenderlo, nosotros necesitamos corregir nuestros poemas porque nuestra inspiración se pierde en la búsqueda de lo sublime; pero el Creador exhala perfección en cada uno de sus gestos. La razón por la que tenemos que sufrir borrones significantes en nuestra vida es porque algunas de las palabras que tanto defendemos, se han desviado del significado original; y aunque seamos corregidos y el dolor llegue a tergiversar parte de nuestro sentido, estamos aprendiendo a agradecerlo.

¡Claro que si! porque los poemas se sienten mal cuando son incomprendidos, por eso el Autor a veces tiene que explicarlos. Ese es el motivo por el que Dios entra en la historia para restaurarnos primero, y para defendernos después.

Los poemas no pueden vivir independientemente de su autor: los que pretenden vivir por sí mismos terminan sus días en el olvido. ¡Recuérdalo siempre! No nos gustan los poemas anónimos, nos parece una manera infiel de conmover nuestra vida. Aunque el compositor haya sido olvidado, todos lo buscan para conocer quién ha llegado al fondo de su alma con sus palabras, porque los poemas se aman siempre en primer lugar, no se diseccionan y se examinan, eso sólo lo hacen las mentes sin escrúpulos y los corazones que han despreciado la sensibilidad

Somos un poema de Dios, independientemente del lugar en el que hayamos nacido, de las personas que nos lean, de lo que otros piensen de nosotros o de la ornamentación del material en el que hayamos sido escritos. Somos un poema de Dios sin importar si nuestra estructura es compleja o simple, si la extensión de nuestros versos o de nuestras palabras impresiona a otros o no. Somos un poema de Dios aún cuando la rutina y el desánimo parezcan malgastar nuestra rima.

Nada de lo tangible importa, las palabras del Autor son eternas; su gracia al escribir es tan insondable que jamás tendrá fin. Dios podría haber rescatado a cada uno de sus poemas a través de su imaginación y su memoria, pero quiso hacerlo de la manera más excelsa imaginable: la Palabra, su amado y único Hijo fue entregado al silencio del Padre porque ¡por una vez! el Amor tuvo que callar para que se expresara toda su sustancia; y de la muerte de lo más amado brotaron millones de poemas resucitados al aliento de esa Palabra con mayúscula. Mayúscula de Gracia y Perdón.

Desde entonces, está escrito que los poemas no mueren, todo lo que hacen tiene trascendencia eterna porque todos ellos están compilados por su Autor en el libro de la vida. Ese es el lugar dónde debemos estar; allí nos inscribe la Palabra, habiendo hecho de su sangre la única tinta posible.

Cuando me preguntan, ¿Quién eres? jamás pienso en lo poco o mucho que haya podido hacer en la vida, los títulos, los sueños cumplidos, el trabajo, las posesiones o las circunstancias… ¡No! Simplemente digo: “¡Soy un poema de Dios!”

Tenemos que aprender a “pensar” de una manera diferente

El problema de nuestra mente es que es lo más traicionero que puede llegar a existir. No podemos hacerle caso. ¡Debemos hacer un esfuerzo para colocar dentro de nosotros otro tipo de pensamientos!

Déjame decirte que existe una belleza irresistible en el “contentamiento”. Cuando nuestro corazón se siente amado y comprendido en medio de la rutina de la vida, todo parece ir bien. Muchos no llegan a comprender esa sensación, porque siempre están buscando algo más, tener algo más, llegar a un lugar más alto, ganar algo más… son incapaces de vivir disfrutando de lo que ya tienen, del lugar en el que están y con las personas que les rodean. Parece como si nada les diera satisfacción, como si el sol no brillase para ellos.

Algo que parece tan complicado como “ser feliz”, se trata precisamente de eso: de disfrutar con la familia, la salud, las conversaciones, los abrazos, el trabajo, los paseos, los pequeños detalles, las sonrisas, los amigos… lo que casi siempre tenemos y no nos cuesta nada, pero no le damos valor.

No necesitamos mucho dinero ni tenemos que ser los más famosos del mundo para que nuestro corazón se sienta satisfecho. No necesitamos lo que otros tienen, ni envidiamos lo que han conseguido porque nos sentimos contentos; disfrutamos de lo que tenemos y de lo que somos. Somos felices con quienes nos rodean y agradecemos cuando llega el sol… y cuando la lluvia cae.

A veces tenemos la sensación de que no sabemos lo que nos ocurre; quizás todo va bien, pero pensamos que nada tiene sentido, y nos dejamos llevar en una melancolía extrema que parece dominarnos por completo. Puede que no haya ninguna razón, simplemente estamos pasando un mal momento. Todos hemos tenido algún día así, pero, ¡No debemos caer! La mejor decisión en esos momentos es ponernos a hacer algo, lo que sea, para no arrastrarnos a una desidia fatal. Podemos escuchar música, salir a pasear, llamar a alguien a quién queremos, leer algo que nos haga bien (¡Si lees la Biblia y escuchas como Dios te habla a través de sus palabras, notarás que es lo más genial que existe!), comenzar a trabajar en algún proyecto nuevo, o en alguna ilusión que hayas “aparcado”. 7

Desafía a Dios para que se manifieste a tu vida, ¡PORQUE ÉL VA A HACERLO!

Jesús demostró ese amor incondicional poniéndose siempre al lado de los que no tenían nada, de los que vivían despreciados y al margen de la sociedad, de todos aquellos que tenían el corazón roto. Es el Salvador de los

perdidos, de los desanimados, de los llamados parias, de aquellos que no aparentan nada; el Salvador de los incomprendidos y señalados. El héroe de los solitarios y los sintecho. Jesús la expresión de amor de Dios por toda la humanidad, pero sobre todo por aquellos que piensan que no tienen remedio. No existe un solo momento de sufrimiento que Él no conozca, un solo desprecio que no llegue a sus oídos, una sola lágrima que no alcance su corazón. Aún cuando todos nos hayan abandonado, Él está a nuestro lado. Aún cuando creas que tu vida no tiene sentido, Él jamás ha pensado en abandonarte, ¡no puede ni quiere hacerlo! Su amor por ti es demasiado sublime como para permitírselo. Aún cuando creemos que no comprendemos nada,

El sigue regalándonos la vida.

En el mismo momento que ascendió a los cielos, después de haber vencido a la muerte, comprometió su palabra y su honor por cada uno de nosotros. Por ti: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (MATEO 28:20). Por decirlo de una manera extravagante y directa, pero real: “El mundo se puede acabar, pero Él no te abandona”. La mejor interpretación de este versículo la explicó un niño cuando le dijeron que este mundo estaba muy mal y pronto se iba a terminar: “¡No importa, podemos vivir sin él!” dijo el pequeño. Así es, todo puede terminarse, pero el amor y la compañía de tu Salvador no tiene fin. Aún cuando todos nos abandonen, Él sigue con nosotros. En la vida no es tan importante lo que tenemos, lo que hacemos o las circunstancias que nos rodean, ¡Ni siquiera las personas que tenemos o  no tenemos a nuestro alrededor! Dios nos ama tal como somos, y ese amor inquebrantable hace que lo que somos tenga sentido. Tu vida es mucho más valiosa de lo que imaginas.

 

El mundo no podrá ser comprendido como lo comprende tu corazón

Supongo que conoces la famosa canción de los Beatles titulada: “Hey Jude”. La melodía estaba dedicada a Jules, el hijo de John Lennon, en un momento de su vida en el que las circunstancias le estaban venciendo y la tristeza se había apoderado de su corazón. En el estribillo, el compositor escribió una frase genial: “No lleves el mundo sobre tus hombros”. Tenemos que reconocer que nos preocupamos demasiado, cargando con muchas más culpas de lo que deberíamos e intentando solucionar más situaciones de lo que somos capaces. A veces pensamos que podemos llevar el mundo entero sobre nosotros. Supongo que conoces la famosa canción de los Beatles titulada: “Hey Jude”.

La melodía estaba dedicada a Jules, el hijo de John Lennon, en un momento de su vida en el que las circunstancias le estaban venciendo y la tristeza se había apoderado de su corazón. En el estribillo, el compositor escribió una frase genial: “No lleves el mundo sobre tus hombros”. Tenemos que reconocer que nos preocupamos demasiado, cargando con muchas más culpas de lo que deberíamos e intentando solucionar más situaciones de lo que somos capaces. A veces pensamos que podemos llevar el mundo entero sobre nosotros. Nos viene de maravilla esa frase, para recordar algunas de las cosas que hemos visto juntos: En muchas ocasiones, sobre todo cuando somos jóvenes, dejamos que los demás nos hagan daño con lo que dicen o lo que hacen, permitimos que las circunstancias nos obliguen a vivir preocupados, y ¡por si fuera poco! que nuestras malas decisiones nos vayan desanimando poco a poco. Conforme va pasando el tiempo, no somos capaces de perdonarnos a nosotros mismos con lo que permitimos que el pasado esté siempre ahí, acechándonos ¡Como si no tuviéramos poder para desprendernos de él! Como si quisiéramos autodestruirnos, sin confiar en que Dios nos ha perdonado y nos ha regalado una nueva vida, así que continuamos dañándonos a nosotros mismos una y otra vez recordando nuestras equivocaciones.