Hay pocas cosas tan importantes como disfrutar de la vida que Dios te ha regalado. Disfrutar de lo que somos y de lo que hacemos cada día tiene mucha más trascendencia de lo que creemos. Tomar nuestra propia vida en brazos y aprender a amar a los demás, a nosotros mismos, ¡incluso amar las circunstancias y las situaciones que atravesamos, aunque no sean las mejores posibles!
La gente que ama vive más.
Muchos pueden dar sin amor, pero es imposible amar sin dar. Besar la vida es aprender a dar a otros; es compartir, no sólo lo que nos sobra (¡muchos ni siquiera hacen eso!) sino también lo que necesitamos. Es aprender a regalar cariño con nuestras palabras, no decir demasiadas cosas con amargura u odio, porque raramente podemos ayudar a nadie con eso.
Besar la vida es disfrutar con cada momento, con cada cosa que ocurre, disfrutar en el proceso y no tanto en lo que queremos llegar a hacer. Ver la vida con ojos diferentes, y aprender de todas las situaciones, de las buenas y de las malas. Reír, llorar, pensar, admirar, decidir, abrazar, asombrarse, llenar nuestra vida de significado, porque cada minuto tiene un sentido diferente. Agradecer cada mañana que vivimos porque es un regalo de Dios.
Besar la vida es aprender a descansar, dejarnos mecer en la calma y en la paz del corazón, aunque estemos en la mayor de las tormentas. Saber que Alguien nos cuida y nos lleva en sus brazos. Descansar en el hecho de que nadie puede derrotarnos, que la dignidad de nuestra vida está muy, pero que muy por encima de lo que otros digan, de las circunstancias o del momento en el que nos encontremos.
Debemos recordar siempre que muchas veces la diferencia la hacen los pequeños detalles. Los que nosotros tenemos con los demás, y los que podemos recibir de nuestra familia, de nuestros mejores amigos… Incluso a veces de alguien desconocido. Recuerda que «Una mirada radiante alegra el corazón, y las buenas noticias renuevan las fuerzas» (PROVERBIOS 15:30).
Cuando pensamos que la vida no tiene sentido
El saberse amado va mucho más allá que un simple sentimiento, tiene que ver con la base de nuestra vida; en cierta manera define nuestro significado como personas, porque no depende de lo que tenemos o hacemos, sino de que simplemente sabemos que nos aman tal como somos. El amor es la respuesta a la mayoría de las heridas del alma, sobre todo aquellas ocasionadas por los recuerdos que nos angustian. Cuando alguien nos ama, somos capaces de perdonarnos a nosotros mismos y dejar de pensar en nuestras equivocaciones pasadas.
Hace muchos años, se hizo famosa la carta que un soldado alemán envió a su familia cuando estaba combatiendo en la primera guerra mundial. Una de las frases que les decía era: “¿De qué sirve escapar a todos los ataques del enemigo y todas las balas si es mi alma la que está herida?”.
Las heridas del alma son las más difíciles de curar. Cuando nuestro dolor es inexplicable, la sensación de tristeza se instala en nuestro corazón hasta darnos la impresión de que no somos capaces de seguir adelante. El dolor del alma nos va destruyendo poco a poco, casi sin darnos cuenta.
A veces esas heridas tienen que ver con cómo nos han tratado cuando éramos niños: el daño que otros nos han hecho permanece dentro de nosotros y nada ni nadie parece tener poder para vencerlo. Quizás alguna traición, palabras crueles, el engaño o el abandono, la amargura por situaciones injustas que nadie ha querido resolver, decisiones equivocadas que hemos tomado y parecen no cicatrizar nunca. Incluso puede ser que algunas personas sigan causándonos dolor con sus palabras y sus hechos, en este mismo momento.
Sea cual sea la situación, no debemos seguir así. Dios puede sanar nuestro corazón roto, Él no solo nos ama, sino que quiere que nos sintamos amados.
Lo hace porque sabe lo que hay dentro de cada uno de nosotros y quiere que nuestra amargura desaparezca: «El Señor está cerca para salvar a los que tienen el corazón hecho pedazos y han perdido la esperanza» (SALMO 34:18).
Dios es el único que nos ama tal como somos, porque nos creo tal como somos. Así de simple. Esa es la razón por la que muchas personas no saben que son amados, porque le han dado la espalda a Dios, así que ¡este es el momento perfecto para volver a la casa del Padre!
A los ojos de Dios no hay perdedores
Gummo era el segundo de los hermanos Marx por nacimiento, pero en las películas de los famosos humoristas siempre ocupaba el quinto lugar. En cierta manera vivió siempre con ese estigma de ser el último y el menos conocido de ellos. Tanto es así, que se decía que su hijo le contaba a sus amigos que su padre era Harpo, porque nadie conocía al suyo. Un día, en un arranque de humor ácido, llegó a decir que iba a cambiar su apellido por el de “Gota”, para que cuando alguien le preguntase “¿Qué gota?” él pudiera responder: “La que colmó el vaso”.
Estarás de acuerdo conmigo que no debemos juzgarle demasiado duramente. Todos nos sentimos mal cuando los demás no reconocen nuestro trabajo. Nos hace daño que no sepan lo que estamos haciendo. Lo mismo sucede cuando estamos intentando hacer algo bueno y la gente no es capaz de ver nuestras motivaciones. Perdemos nuestro sentido en la vida cuando nos desprecian, nos dejan de lado o no quieren ni siquiera escuchar nuestras palabras. Nos duele que otros piensen que nuestras ideas no son buenas sin ni siquiera conocerlas. Nos juzgan muchas veces sólo por lo que creen que somos y no por lo que somos en realidad. Entonces pensamos que ya no hay remedio, que esa gota colmó el vaso, que casi nada merece la pena.
Si nuestra vida termina ahí, tengo que darle la razón a Gummo al pensar que la frustración es demasiado grande y nuestro valor demasiado pequeño ¡Pero no todo es como parece! Dios conoce las intenciones de nuestro corazón, con Él no hay lugar a malas interpretaciones o a que nos entiendan mal. Él conoce perfectamente nuestro interior, para Dios nuestras ideas tienen valor, no tenemos que darle explicaciones ni tenemos que fingir. No hay que prepararse mentalmente para saber cómo explicar lo que hay dentro de nosotros: Cuando venimos a Él, ya sabe lo que vamos a decir porque nuestro corazón está abierto a sus ojos.
Es bueno que sea así. ¡A los ojos del cielo no hay perdedores! A los ojos de Dios no existen las causas sin esperanza o personas que parecen no tener valor, porque la mirada de Dios resplandece al vernos a cada uno de nosotros. Nuestro Creador nos hizo de tal manera que todos tenemos un valor impresionante. Todos: gente como tu y yo, con nuestros propios sentimientos y nuestras limitaciones. Con nuestros problemas y frustraciones. Despreciados e incomprendidos. Personas “al borde de un ataque de nervios” quizás por las circunstancias que nos rodean, pero gente maravillada por el amor que encontramos en los ojos de Dios.
Nuestra compañera soledad
Judy Garland fue la intérprete de dos de las películas más famosas de los primeros años en la historia del cine: “Mago de Oz” (1939) y “Ha nacido una estrella” (1954). Fue considerada una de las grandes leyendas de Hollywood, admirada y querida por todos. Siendo ya muy mayor, meses antes de morir, comentaba a uno de sus amigos: “Si yo soy una leyenda, ¿Porqué estoy siempre tan sola?”
A veces vivimos como si fuéramos los únicos en el mundo. Nuestro orgullo y nuestro egoísmo nos impiden ayudar a otros o dejar que otros nos ayuden. Nos bastamos solos, y demasiadas veces, nos destruimos también solos.
No fuimos hechos para cerrar las puertas a todos. No estamos diseñados para llenar nuestra vida de alegría mientras vaciamos la de los demás: El mito del solitario feliz no es más que eso, un mito. Cuando nos damos cuenta de que necesitamos la ayuda de otros, cuando reconocemos que hay alguien allá afuera, cuando nosotros mismos somos los primeros en ayudar a los demás, es cuando más crecemos como personas. El amor es lo que más atrae a otros. Cuando amamos, los demás nos atraen y al mismo tiempo nos volvemos atractivos para ellos.
No conozco la situación por la que estás pasando ahora, pero puedo decirte una cosa: si estás triste, seguro que hay alguien que puede ayudarte. Deja tu orgullo bien guardado bajo llave y vete junto a alguien de tu familia, o de tus amigos y pide ayuda. No te desesperes ni pienses que nadie te quiere. Eso nunca es cierto.
La desesperación es la madre de muchas torpezas. Cuando hacemos cosas porque creemos que no tenemos otro remedio, o porque estamos desesperados, solemos equivocarnos. Mejor parar un momento y tomar una decisión sopesando las circunstancias. Nunca debemos decidir algo cuando estamos desesperados. Solemos pensar que no hay salida, que nuestra vida es un fracaso, que hemos fallado demasiadas veces, que nadie va a soportarnos más y así cientos de cosas que no tienen razón de ser… pero que nos atormentan. Nunca es bueno dejarse llevar por la desesperación. Dios siempre nos da una salida. Siempre hay un amanecer al día siguiente, sólo necesitamos esperar. Por muy solos que nos sintamos, o por muy “sin sentido” que parezcan las cosas, la desesperación no es la salida; es sólo un engaño de nuestro enemigo.
La desesperación es el lenguaje del diablo.
Algo más: Ten cuidado con el desaliento. Abandonar, creer que nada merece la pena, pensar que nuestra situación no tiene remedio no son más que mentiras que nuestro enemigo nos hace creer. Muchas veces las cosas no son como parecen. No siempre estamos tan solos como creemos. No te dejes llevar por pensamientos o situaciones que te hagan sentir solo/a, desalentada/o o desesperado/a, porque todavía tienes muchos momentos que vivir. Muchas situaciones de las que disfrutar. Muchos días para sentirte inmensamente feliz.
Esos momentos y esos días están escritos en tu futuro. Dios mismo lo ha hecho así, recuérdalo y ¡vive!
Lo más precioso que tienes es tu propia vida.
A veces, nosotros mismos nos sentimos solos. Pensamos que nadie nos conoce ni sabe nuestro nombre. Creemos que somos débiles y que nadie nos protege; llegando a pensar que no valemos para casi nada y que vivimos abandonados a nuestra suerte. ¡Déjame decirte que las seis afirmaciones son falsas! Dios se encarga de refutarlas ¡todas! en un solo pasaje… Como eres lo suficientemente valiente para seguir leyendo hasta el final de este libro, allí encontrarás el último texto que te explica tu verdadero valor. ¡Sé que vas a disfrutarlo!
¡Tenemos que aprender a “perdonarnos”!
Somos demasiado crueles con nosotros mismos: en muchas ocasiones no sólo no sabemos enfrentar nuestros errores, sino que tampoco sabemos perdonarlos. Es mucho más fácil para nosotros perdonar a otros, o incluso saber que Dios nos ha perdonado, pero no somos tan valientes como para dejar atrás el pasado y olvidarnos de las equivocaciones que cometimos. Somos capaces de irnos a la tumba con un corazón lleno de resentimiento y amargura contra nosotros mismos.
Déjame contarte algo, el día 8 de mayo del 1945, miles de personas se suicidaron en Demmin (Alemania) tirándose al río, o se quitaron la vida con armas de fuego ¿El motivo? El ejército aliado se acercaba y los alemanes sabían que estaban perdiendo la guerra, así que muchos reaccionaron de esa manera. En una sola ciudad, casi mil personas lo hicieron y se repitieron las escenas en otros lugares del país. Cuando los aliados llegaron, la escena era absolutamente impresionante: el río lleno de sangre y cadáveres… todos habían olvidado que la vida es mucho más importante que los errores cometidos.
Desgraciadamente, por más que conozcamos las lecciones de la historia, siempre tendemos a repetirlas. La desesperación tiene mucho más poder sobre nosotros del que jamás podamos llegar a imaginar. Deberíamos recordar que podemos comenzar de nuevo, que Dios nos regala la capacidad de rectificar nuestros errores, de vivir otra vez, de ayudar a los demás, de perdonarnos a nosotros mismos ¡Dios es especialista en restaurar para hacerlo todo nuevo!
No se trata de olvidar el pasado ni de pensar que nada ha ocurrido; tampoco de quitarle importancia a lo que hemos vivido ¡Se trata de vencer los malos momentos! Tenemos que aprender cómo Dios usó todas las circunstancias para que llegáramos a dónde estamos y pedirle a Él que nos perdone y restaure todas las cosas. La promesa de Dios para nosotros sigue en pie: «Yo te he amado con amor eterno; por eso te sigo tratando con bondad» (JEREMÍAS 31:3).
Mientras Dios nos regala la vida, tenemos la posibilidad de comenzar de nuevo. Mientras Él sigue extendiendo su perdón, podemos vivir en la gracia de sabernos perdonados. ¡Jamás debemos caer en la desesperación! Sean cuales sean los errores que hemos cometido, tenemos que enfrentarlos con el poder de Dios, y pedirle ayuda para seguir adelante.
Tu vida es mucho más importante que tus equivocaciones.
No pases ni un minuto más recordando tus errores, o aquellas situaciones en las que crees que debiste haber hecho algo diferente ¡Todo lo que sucedió te ayuda a disfrutar de la vida en una manera diferente! ¡Si! Aunque te parezca increíble, Dios puede perdonar nuestros errores y restaurar las situaciones que hoy nos parecen casi imposibles No lleves el mundo sobre tus hombros
¡Tu vida tiene mucho más valor!