Todos atravesamos momentos difíciles: situaciones en las que creemos que nadie puede llegar a comprender nuestro dolor, y en cierta manera es así, porque cada uno de nosotros reaccionamos de una manera
diferente cuando la desgracia nos golpea. Quizás nada es tan terrible como cuando perdemos a alguien a quién amamos; aún así, recuerda que el verdadero amor siempre sigue adelante. Estoy seguro de que quien nos quiere de verdad, no desea vernos sufriendo por algo que ya no tiene remedio Nosotros mismos haríamos cualquier cosa por esa persona y nos gustaría que no siguiera sufriendo porque ya estamos lejos. ¡Tenemos que intentar ver la vida de otra manera!
El hueco que la persona que amamos deja en nuestro corazón es imposible de llenar. ¡Ni lo intentes! Pero siempre tendremos recuerdos suyos y situaciones por las que hemos pasado juntos, que seguirán dentro de nosotros por mucho tiempo que pase. Pero aún así, Dios ha diseñado nuestro corazón de tal manera que siempre tenemos lugar para otras personas que Él va a colocar en nuestra vida. Eso no significa que olvidamos a aquellos a quienes hemos perdido. ¡Eso jamás ocurrirá! Sino que el mismo corazón está acostumbrado a amar y no puede dejar de hacerlo. Nunca debemos caer en la desesperación.
Lo mismo debemos sentir cuando alguien nos ha abandonado. Sean cuales sean las razones por las que ha tomado esa decisión, nuestro valor está muy por encima de lo que otra persona piense, por muy grande que sea
nuestro amor por ella. A veces las personas nos dejan porque se han decepcionado con nosotros, porque creían que deberíamos haber hecho lo que no hemos hecho, o simplemente porque creen encontrar a alguien “mejor”. Es esa persona la que debe “dar cuentas” de sus decisiones, no nosotros. No podemos dejar que la vergüenza por ser señalados, el desamor de alguien hacia nosotros o simplemente la decisión de alguien de no querer volver a vernos, nos influya de tal manera que haga tambalear nuestra vida. El mundo sigue adelante y nosotros también, aunque parezca una frase demasiado usada. Todos los días surgen nuevas relaciones y todos los días se rompen también; eso es parte de la vida. Nos duele, pero los abandonos de los demás no definen quienes somos.
Aunque nos suene raro, el dolor que atravesamos hoy es parte de la felicidad de mañana. No podríamos disfrutar tanto si no hubiéramos pasado momentos difíciles; cuando los recordamos, nos sentimos bien, no sólo por haberlos “vencido” sino también porque nos han ayudado a darle más valor a la alegría que más tarde llegamos a sentir.
Además, siempre hay muchas personas que nos necesitan, que no tienen a nadie que se preocupe por ellas ni les abrace. Cuando atravesamos por momentos de sufrimiento, aprendemos a ayudar a otros que también tienen dolor. ¡Podemos llegar al corazón de los que tenemos cerca y quizás nadie se preocupa por ellos!!
Cuando todo parece oscuro
Siempre tenemos que hacer un pequeño esfuerzo para seguir adelante. A veces los momentos difíciles llegan cuando nos sentimos solos, abandonados, heridos, y también cuando no sabemos qué hacer o da la impresión de que nuestros sueños no van a poder cumplirse. Creemos que la vida no tiene sentido y nos dejamos llevar por el dolor. ¡Incluso llegamos a pensar que Dios no nos escucha, o está muy lejos de nosotros! (5) Esa experiencia no es
sólo tuya, David oraba y cantaba a Dios diciéndole lo que había dentro de su corazón; quizás sus palabras te “suenen” muy cercanas:
“Día y noche, mis lágrimas son mi alimento, mientras a todas horas me preguntan: «¿Dónde está tu Dios?» Cuando pienso en estas cosas, doy rienda suelta a mi dolor. (…) Me siento muy desanimado. Por eso pienso tanto en ti (…) Le digo a Dios, mi defensor: «¿Por qué me has olvidado? ¿Por qué tengo que andar triste y oprimido por mis enemigos?» (SALMO 42:4-10).
David se sentía deprimido, hundido. Le perseguían para matarlo y su reacción fue como la de cualquiera de nosotros: primero miedo, después desesperación, por último, depresión. Cuando se pregunta a sí mismo “¿Por qué te abates, alma mía?” está buscando la razón de su depresión y su angustia. Cuando ora a Dios, comprende que ninguna circunstancia ni ninguna persona puede vencerle, porque su Creador está con Él. ¡De eso no podemos tener ninguna duda! Sea cual sea la situación por la que estás pasando, no estás solo/sola, Dios está contigo. Y, por si fuera poco, recuerda que ningún dolor tiene vida eterna. Dios pone un punto final a todo sufrimiento, aunque a veces nos parezca casi imposible.
Tenemos que aprender a descansar y confiar en Dios, y, aunque los días parezcan oscuros, debemos comprender que nada ni nadie va a vencernos.
¡La vida que Dios nos ha regalado es extraordinaria! Esa es la razón por la que David termina de una manera triunfante su oración. La misma manera en la que tu puedes vivir ahora mismo, por muy grande que sea el dolor que estás pasando: «¿Por qué voy a desanimarme? ¿Por qué voy a estar preocupado? Mi esperanza he puesto en Dios, a quien todavía seguiré alabando. ¡Él es mi Dios y Salvador!» (SALMO 42:11).
Desanimados, preocupados, desalentados… Aún así tenemos que recordar que Dios nos sigue cuidando, pero ¿Qué sucede cuando hemos dado un paso más adelante, cuando lo que sentimos es mucho más que desánimo? ¿Qué hacer cuando estamos metidos en un pozo del que, aparentemente no podemos, o no queremos, salir? El mismo David nos recuerda como reaccionó en un momento aún más complicado:
«Puse mi esperanza en el Señor, y él se inclinó para escuchar mis gritos; me salvó de la fosa mortal, me libró de hundirme en el pantano. Afirmó mis pies sobre una roca; dio firmeza a mis pisadas. Hizo brotar de mis labios una nueva canción, un canto de alabanza a nuestro Dios. Muchos, al ver esto, se sintieron conmovidos y pusieron su confianza en el Señor» (SALMO 40:1-3).
“Dios me sacó del pozo de la depresión, me libró de hundirme sin remedio”. Ese sentimiento está muchas veces dentro de nosotros, de tal manera que llegamos a creer que nada tiene sentido, pero el mismo salmo nos explica cuales son los pasos para nuestra restauración. ¡y lo son para todos, seas quién seas, sin importar la situación por la que estás pasando! Dios va a ayudarte a salir de ese pozo ¿Cómo? Vuelve a leer conmigo cada una de esas frases, para que puedas llevarlas, no sólo a tu corazón, sino a toda tu vida.
¡Dios te da fuerzas para hacerlo! Solo tienes que dar el primer paso. ¡Fíjate!
- “Puse mi esperanza en el Señor”. Esa es la decisión más importante ¡lo más sencillo! Aunque a veces, aparentemente, nos cuesta dar ese paso. Esa es nuestra responsabilidad, a partir de aquí, ¡Todo cambia
- “El se inclinó a escuchar mis lágrimas, mi desesperación, mis gritos”.
Dios siempre nos escucha. Aunque a veces creamos que Él está lejos,
¡Nunca es cierto!
- “Me quitó de la fosa mortal”. ¡Yo creía que me moría, que la muerte era la única solución a mi vida! Una vez más, Dios nos recuerda que eso no es cierto. ¡El nos saca de cualquier situación!
- “No permitió que me hundiera”. Dios va a restaurarte y no va a permitir que nada ni nadie te separe de Él. Aunque nos sintamos abandonados, Él no quiere que vivamos así. El no permite que vivamos hundidos.
- “Afirmó mis pies sobre la Roca”. Levanta tu cabeza para poner la mirada en lo que merece la pena. En el único que te sostiene siempre, el Señor Jesús. Dios no quiere que vivamos apocados, indignos o despreciados.
- “Dio firmeza a mis pasos”. Te va a enseñar una nueva manera de andar y vivir. Lo que haces merece la pena. Lo que vives permanece por toda la eternidad.
- “Me regaló una nueva canción”. Dios llena nuestra vida de regalos inmensamente valiosos: la vida es el primero, y con ella el amor, la familia, la naturaleza, la música, la amistad, el placer, etc. cientos de sencillas aventuras que merecen la pena vivir.
- “Un canto de alabanza a nuestro Dios”. Las canciones que le cantamos a Él, y las que Él pone dentro de nuestro corazón..
- “Muchos ven lo que Dios ha hecho en mi vida”. ¡Tu vida es diferente! Incluso llegará a ser un ejemplo para otros. Se conmoverán al conocer tu historia, porque sabrán que Dios te ha rescatado.
- Pondrán su confianza en el Señor”. Tu vida tiene un sentido, no sólo para ti mismo, sino también para influir en los demás.
Lo más grandioso de todo es que David no menciona ninguna circunstancia específica. ¡Todas son condiciones dentro de nosotros! Quizás las situaciones no han cambiado, pero nosotros sí lo hemos hecho y ahora. ¡Podemos vencer cualquier cosa que se nos ponga por delante! Simplemente porque ponemos nuestra esperanza en Dios.
Nuestro Problema con mayúsculas: Cuando pensamos en alejarnos de Dios.
Déjame ir un paso más adelante: las estadísticas nos dicen que la gran mayoría de las personas que se quitan la vida, viven en el llamado “primer mundo”, donde (aparentemente) lo tienen todo para ser “felices”: estudios, capacidad económica, comodidad, reconocimiento, salud, posibilidades de viajar, medios de comunicación, trabajo, una vida “agradable”. Algo no funciona. Sinceramente, creo que el problema es que hemos abandonado a Dios.
Muchos incluso defienden que Dios no existe y que el universo (y por lo tanto también nosotros), es producto del azar, así que… Si nada tiene sentido
¡Tampoco lo tenemos nosotros! Estamos olvidando que, si perdemos a Dios, nos perdemos a nosotros mismos también. Sin Él, la única explicación es que no hemos “salido” de ningún lugar ni vamos a ningún lugar. Los días no tienen sentido porque nuestra vida no lo tiene, y nada de lo que hagamos va a cambiar la realidad.
A nadie le gusta que le desprecien. Tanto es así que la autoestima y el reconocimiento son algunos de los temas más tratados hoy en día. Algunos incluso dicen que es muy difícil vivir si no tienes una buena imagen de ti mismo, pero ¿Sabes en qué se basa la autoestima de mucha gente?
- Percepción. ¿Cómo me veo? Las estadísticas nos dicen que una de cada tres personas se siente fea, o cree que su apariencia no es buena.
- ¿Cómo lo hago? Muchos creen que lo importante en la vida es ser apreciados en el trabajo.
- Posición. ¿Cuán importante soy? ¿Hay gente que me admira?
- Posesión. ¿Cuánto tengo? Si no tengo más que los que me rodean o me siento “pobre”, mal asunto.
- ¿Qué puedo hacer? ¿Qué decisiones puedo tomar? ¿Lo que digo y hago influye en alguien?
Déjame que te diga que estas cinco características pueden perderse, no son fiables: Si eso es lo más importante para nosotros, con ellas se va nuestra autoestima. No me interpretes mal: no son cosas malas, pero lo que somos no puede basarse solo en relaciones o cosas perecederas. Tarde o temprano caeremos con ellas.
Solo hay una manera de vivir seguro y feliz con uno mismo: reconocer que nuestro valor nos lo da Aquel que nos creó. Sabemos quiénes somos cuando nos vemos a nosotros mismos como Dios nos ve, así que no se trata de nosotros, sino de Él.
Imagínate que entras en un lugar dónde hay mucha gente y lo haces acompañado de alguien que admiras mucho. Quizás el mejor deportista del mundo, o un presidente de gobierno, un cantante, un artista… Y delante de todos esa persona tan importante dice: “Este es mi amigo, tenéis que conocerlo. ¡Es una persona genial!”. ¿Quién tendría problemas de autoestima en ese momento?
¡Pues eso es lo que Dios hace con nosotros! Lo que no pueden comprender las personas que no creen en Él. Fíjate:
- Percepción. Sabemos el valor que tenemos, y nos sentimos dignos porque Dios dio a su propio Hijo por nosotros. Nos ama de una manera incondicional. Somos hechos a su imagen.
- Posición. Cuando le recibimos en nuestra vida, pasamos a formar parte de su familia, ¡la familia de Dios!
- Posesión. Nos perdona y renueva nuestra vida. El pasado ya no existe. Volvemos a ser “nosotros mismos”. ¡Dime si esto no es lo mejor que podemos tener!
- Nos regala talentos por medio de su Espíritu, porque nos ama. ¡Le honramos a Él con nuestro trabajo, y Él nos honra a nosotros!
- Llena de propósito nuestra vida. Aprendemos a hacer lo que hacemos de una manera correcta porque sabemos que todo tiene trascendencia eterna. ¡Vivimos agradecidos porque no merecíamos nada y lo tenemos todo! Y, sobre todo, sabemos que somos amados… y aprendemos a amar. ¡Vamos a recorrer juntos cada una de esas características!
1. Percepción, quienes somos, nuestro valor como personas.
Román Abramóvich, el multimillonario ruso, es el accionista principal del Chelsea FC inglés. Hace unos años intentó comprar al jugador brasileño Ronaldinho, que en ese momento jugaba en el Barcelona FC y era el mejor jugador del mundo. Se habló de que, por aquel entonces, estaría dispuesto a dar más de cien millones de euros por él. Mucho dinero. El dirigente ruso dijo en una entrevista que quería tener a Ronaldinho en su equipo a cualquier coste, aunque al final no pudo conseguirlo. Cuando leí la entrevista pensé: “Haría cualquier cosa para ganar a Ronaldinho y tenerlo en su equipo… ¿Hasta qué punto lo quiere? ¿Estaría dispuesto a dar la vida de su propio hijo?”
¡Vaya tontería de pregunta! ¡Claro que no! Una cosa es que tú desees algo con todo tu corazón y otra muy diferente el precio que estés dispuesto a pagar por tu deseo. ¡Solo el hacer la pregunta ya resulta ofensivo! ¡Todo tiene un límite!
Me hizo pensar. Y mucho. Ninguno de nosotros estaría dispuesto a pagar un precio tan alto por ninguna cosa. Nadie daría a su propio hijo por amor a otra persona. ¡Ni siquiera por su mejor amigo!
¿Ninguno? ¡Dios sí lo hizo!
Lo hizo, no para darnos algo material o para ayudarnos a conseguir un sueño. Lo hizo para algo muchísimo más importante: para pertenecer al «equipo» de Dios. ¡Estamos hablando de ser hijos de Dios y de vivir una vida absolutamente radiante y eterna! Dios envió a su propio Hijo a la muerte para que nosotros podamos tener vida. El Señor Jesús fue voluntariamente a morir para que tú puedas ser perdonado: «Nadie tiene un amor mayor que este: que uno dé su vida por sus amigos» (Juan 15:13).
¿Cuál es el valor que tengo? ¿Cuánto vale mi traspaso? ¿Cien millones de euros? ¿Mil millones de euros? ¡Es imposible poner una cifra! Lo que Dios pagó por ti y por mí es de un valor infinito. Ese es el valor que tenemos para Dios, el valor que él da a nuestra alma. Cuando nosotros queremos algo, pagamos lo que creemos que es justo, nos empeñamos en comprarlo por el valor que le damos. Puede que para otras personas no sea importante, pero para nosotros sí, y por eso lo queremos.
Dios pagó un precio infinito para comprarnos: la vida de su propio Hijo. Nos amó y se empeñó por nosotros. No por el valor que nosotros tenemos, sino por el que él nos da. Para él somos amados: dio lo mejor que tenía por nosotros
¿Quién estaría dispuesto a dar algo por mí? ¿Cuál es el precio que tengo? Jesús entregó su vida por nosotros, dio su propia sangre. Nadie estaría dispuesto a pagar tanto. Nadie hará jamás lo que Dios hizo y hace por nosotros. Nadie nos ama tanto como El lo hace. Ese amor es la razón de nuestra vida. La Biblia dice que Dios nos acepta incondicionalmente, seamos quienes seamos. Su amor es tan grande que dio a su propio Hijo por cada uno de nosotros. Nadie sobra en esta vida, nadie puede considerarse tan inútil como para creer que su vida no tiene valor. Dios tiene un propósito para cada uno. Dios escogió tus circunstancias, tus padres, el lugar de tu nacimiento. Dios te hizo tal como eres y tiene un propósito para ti. Tu vida es absolutamente diferente de la de cualquier otra persona. Dios sabe que eres único porque él te hizo así. Dios es nuestro Padre.
Estamos diseñados para vivir de una manera diferente: nadie puede quitarnos valor ni puede insultarnos o decir que no podemos comprender lo que ocurre. Dios nos ha hecho herederos de la eternidad, nos ama y nos perdona; nuestro presente está en sus manos. Nuestro futuro es glorioso. Podemos pasar momentos difíciles en la vida, pero jamás los pasamos solos. No te sientas mal. Si alguien conociese todo lo que hay dentro de nosotros, no solo nos sentiríamos descubiertos, sino que escaparíamos llenos de vergüenza. Dios conoce hasta lo más profundo de nuestro corazón, sabe todos nuestros pensamientos y puede ver lo más oscuro de cada uno de nosotros. Y es quien más nos ama.
Cuando vivimos en el amor de Dios no existe ninguna crisis que pueda vencernos. «Más que vivir, prefiero que me ames» (SALMO 63:3 TLA) cantó una vez el poeta, y esa es la razón de nuestra existencia. «Tu amor es mejor que la vida», dice en la Nueva Versión Internacional. Si aprendemos a disfrutar del amor de Dios, nos damos cuenta de que tiene más valor que la vida misma. Ya no nos dejamos caer en ese ensimismamiento melancólico del «hoy no me siento bien…». ¡No! Vivimos en el poder de aquel que nos regala una vida abundante.
2. Posición, dónde estamos, nuestra seguridad
Cuando todo parece oscuro, Dios nos lleva de la mano. Cuando creemos que estamos solos, nuestro Padre está ahí y no nos deja caer. Cuando los enemigos nos rodean y la situación parece no tener remedio, Dios forma un escudo rodeándonos con su presencia para que nos sintamos seguros y cuidados. Nada de lo que nos sucede escapa a su control, ninguna circunstancia le toma por sorpresa.
Durante toda la vida, nuestro precioso Señor nos lleva siempre de su mano, como un padre o una madre guían a sus hijos sin permitirles caer. Nos cuida siempre, sobre todo cuando hacemos lo que es correcto y parece que nadie está a nuestro lado. Esos son los momentos en los que Él nos demuestra el valor de las personas que viven haciendo su voluntad a pesar de que nadie los vea. La Biblia nos enseña que Dios si nos conoce a todos y nos tiene en sus manos.
Y cuando llega el que creemos que es nuestro peor enemigo, la muer te, Dios nos toma de la mano y nos lleva a casa. ¡No permite que nada ni nadie nos llene de temor! Porque nada ni nadie tienen ningún poder sobre nosotros ¡aún cuando nos sintamos débiles y cansados! Nuestro Papá nos guía hasta nuestro verdadero hogar. El lugar dónde pertenecemos, el lugar dónde jamás volveremos a sentirnos solos ni tristes, ni nadie nos hará daño. Recuerda que esta promesa es para ti, sea cual sea el momento por el que estás pasando, desde ahora y por toda la eternidad: «En verdad Dios está muy cerca para salvar a los que le honran» (SALMO 85:9).
Esa es la fuente de nuestra seguridad, lo que hace que nuestra vida sea completamente diferente: Tu Creador va a cambiar todos tus lamentos en un baile sin fin, libre, gracioso, solidario, amigable, profundo, alegre sin medida… Un baile lleno de ganas de comprometerme, de ayudar, de sacrificarme por mis amigos, de perdonar y ser perdonado. Una vida diferente en medio de las circunstancias que te rodean. Si me permites un ejemplo un poco ridículo, como en la más famosa escena de la película “Cantando bajo la lluvia”, porque el amor de nuestro Creador lo llena todo. Si te gusta bailar, atrévete a seguir la música de Dios, como ya una vez anunció el poeta: “Has cambiado en danzas mis lamentos; me has quitado el luto y me has vestido de fiesta”(SALMO 30:11).
3. Posesión, lo que tenemos, lo que Dios nos regala
John Wayne seguía trabajando como protagonista en la película “El último pistolero” (1976) aún sabiendo que tenía un cáncer que terminaría con su vida. Era muy amigo de su compañera de reparto, Lauren Bacall, a la que le contaba siempre cómo iba con su enfermedad. A veces tenía que rodar escenas en altitud que le causaban mucho dolor, de hecho, le colocaban oxígeno para que pudiera seguir trabajando. Un día, al llegar al trabajo, Lauren le dijo: “Hace un buen día”… John la tomó de la mano, la miró por un largo tiempo y le respondió “Cualquier día que en el que puedes levantarte es un buen día” Cada día es un regalo que Dios nos hace. Cada mañana es un nuevo momento para comenzar, para disfrutar, para ver a nuestros seres queridos, para imaginar y crear, para deleitarse en la naturaleza… o simplemente para vivir. ¡Que ya es bastante! A veces nos levantamos de cualquier manera, preocupados y con mal humor; las circunstancias, algún pequeño problema o el hecho de no sentirnos al cien por cien físicamente, nos arrastran por el camino de la amargura desde el primer momento, con lo que dejamos de agradecer y sentir que es impresionante estar vivos.
Dependemos demasiado de las circunstancias y de nuestros sentimientos hacia ellas. Si algo va bien, nos sentimos felices y parece que el mundo está a nuestros pies. Cuando las cosas se tuercen no queremos ver a nadie y comenzamos a compadecernos de nosotros mismos. ¡Hay una forma diferente de levantarse cada mañana! El compositor de uno de los salmos lo explicó de una manera sublime: “Este es el día en que el Señor ha actuado, estemos hoy contentos y felices” (SALMO 118:24).
El Señor Jesús dijo un día que, cuando vivimos con Él, desde nuestro interior corren ríos de agua viva (6). No importa lo que ocurra en el exterior, porque nuestra alma será una fuente inagotable de alegría, imaginación, tranquilidad, paz y vida. ¡No se trata de nosotros! No tiene nada que ver con nuestra fuerza ni con derrochar optimismo enfrentando los problemas: el Señor dijo que el mismo Espíritu de Dios se encargará de eso.
Desde que vivimos con Él aprendemos a disfrutar siempre, y no tanto por lo que ocurre en el exterior ni por las circunstancias que nos rodean, sino por lo que hay DENTRO de nosotros: Esa agua que restaura, refresca y renueva surge cuando menos lo esperamos ¡Incluso a veces ni sabremos cómo puede ser posible, porque quizás estamos pasando por grandes dificultades! Pero de la misma manera que un río tiene la fuerza suficiente como para buscar un sendero por dónde abrirse camino, Dios hace lo mismo dentro de nosotros. La fuerza de su Espíritu no puede ser apagada por ninguna circunstancia.
Sea lo que sea lo que parece interponerse en nuestro camino, no tiene la fuerza suficiente como para apagar esa fuente de vida. Aún en los momentos más tristes y atravesando el desierto más árido, nuestro sendero encontrará un surco para recorrer… y disfrutar.
Si porque, muchas veces, los que nos rodean quieren hacernos ver que nuestro valor se mide en lo que tenemos. “Tanto tienes, tanto vales” dice el refrán. ¡Pues no es cierto! La historia nos enseña, una y mil veces, que el valor de cada uno de nosotros se mide desde dentro, no por nuestra apariencia o nuestras posesiones.
No nos preocupa tener mucho, nos basta con el contentamiento que nos regalan las cosas sencillas. No nos preocupamos por lo que pueda ocurrir; lo que venga vendrá por más que queramos evitarlo. Lo que no va a suceder no ocupa nuestra mente ni nuestro corazón, simplemente vivimos y disfrutamos de los regalos que Dios nos da cada día. Confiamos en lo que el Señor nos dice: «No estéis preocupados por lo que habéis de comer para vivir, ni por la ropa con que habréis de cubrir vuestro cuerpo. La vida vale más que la comida, y el cuerpo más que la ropa» (LUCAS 12:22,23) Dios nos cuida. Estamos tranquilos… y contentos.
4. Rendimiento, lo que hacemos cada día.
Édouard Manet fue uno de los grandes genios de la pintura allá por el sigloXIX. El problema es que muy pocos eran capaces de apreciar su imaginación y su arte. Junto con otros pintores, construyeron el llamado “Pabellón de los rechazados”, con el fin de que todos aquellos que no podían entrar en las exposiciones oficiales debido al criterio de los “que sabían de pintura”, pudieran tener un lugar dónde exponer sus obras. Con el tiempo, ese pabellón llegó a ser el más visitado de la Exposición Universal de París (1867) y algunos de los artistas, como el propio Manet, llegaron a ser admirados por todos.
Todos vivimos con la expectativa de cumplir nuestros deseos. Y los deseos que viven en lo profundo de nuestro corazón, aquellos que están entrelazados con nuestra propia existencia y que le dan una dimensión diferente a nuestro futuro, son los que llamamos nuestros sueños. Nuestras metas. Nuestras ilusiones. Alguien dijo una vez que de ilusiones también se vive, y en cierta manera tenía razón. Si sabemos conservar lo más importante de nuestros proyectos con la misma ilusión que teníamos cuando empezábamos a ser adolescentes, somos mucho más felices de lo que pensamos.
Pero no debemos quedarnos ahí. Los sueños son para cumplirlos. Quizás no exactamente como lo habíamos previsto en un principio (¡Quizás sí!), pero de alguna u otra manera no debemos dejar de perseguir lo que es tan importante para nosotros. Porque cada uno tiene su propia historia. Y cada uno es diferente, por lo tanto, cada sueño también es diferente. Aunque aparentemente todo parezca haber acabado, no debemos dejar que lo que ha ocurrido en la vida rompa nuestras ilusiones.
En cierto modo, no importa lo que los demás digan. Tenemos que seguir adelante. Tenemos que luchar por lo que creemos. Ocurra lo que ocurra no van a desanimarnos.
Recuerda que Dios SÍ existe. Y no sólo eso, ¡se preocupa por ti! Lo mejor que podemos hacer es echarnos en sus brazos y no abandonar. ¿Te has parado a pensar que Él te conoce y te ama apasionadamente? El es quién puede reconstruir tu mundo. La Biblia dice que sabe lo que hay dentro de tu corazón, conoce todos tus deseos: «El te dará las peticiones de tu corazón» (SALMO 37:4). El te creó de una manera única.
¿Cuál es la razón de que a veces nuestras ilusiones mueran?
Recuerda que para vencer la tristeza hay que dejar de amarla. Para luchar por nuestros sueños, tenemos que renunciar a la autocomplacencia y a esa sensación de que “nada tiene sentido, y no puedo hacer nada para cambiarlo”.
¡No es así! Lo que somos tiene valor, lo que hacemos merece la pena. Los que a simple vista nos rechazan no son los que tienen la última palabra sobre nosotros. Si nos dejamos llevar, les estamos dando la razón. Si no luchamos, permitimos que nos quiten lo que sólo a nosotros nos pertenece. ¡Nadie tiene derecho a apagar nuestra vida! Si nos han enviado al pabellón de los rechazados, vamos a hacer que ese sea el mejor lugar que se pueda encontrar.
Dios es especialista en curar las heridas que otras personas pueden hacernos, pero aún más. ¡El se preocupa también por nuestra tristeza! Nadie llora sin que Él lo sepa. Nadie está solo sin que Dios le acompañe. Nadie tiene el corazón roto, sin que el Creador esté a su lado para curarlo. La Biblia dice que «Él sana a los que tienen roto el corazón, y les venda las heridas» (SALMO 147:3) (DHH). Como en otras ocasiones, ir al original añade mucha más profundidad a lo que llegamos a comprender en nuestra lengua: cuando el salmista dice que Dios venda nuestras heridas, literalmente dice “Nuestras tristezas”.
Lo que hacemos en la vida tiene sentido, y en cierta manera no importa si alguien lo aprecia o no. Dios nos ama más allá de nuestros logros o nuestro trabajo. Cuando el Padre presentó a Jesús ante el “mundo”, después de ser bautizado dijo una frase absolutamente impresionante: «Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo todo mi contentamiento, en ti me complazco» (LUCAS 3:22). Jesús aún no había hecho nada: ningún milagro, ni una sola palabra, ningún servicio, etc. ni había ido a ningún lugar. Simplemente estaba comenzando su vida pública… pero tenía todo el contentamiento y la aprobación de su Padre. Así hace Dios con cada uno de nosotros, nos ama de una manera incondicional, ¡sin que importe lo que hacemos!
5. Poder, una manera diferente de vivir
Si vivimos en la singularidad de cada día, de cada cosa que hacemos, de cada momento de nuestro trabajo, estaremos venciendo no sólo al aburrimiento, sino también a la desesperanza. Tenemos que aprender a disfrutar de cada detalle, de cada vida que nos rodea, de cada encuentro, de cada emoción por mínima que parezca. Muchas veces despreciamos lo sencillo y nos aferramos a nuestros sueños esperando que lo espectacular brille, para darnos cuenta más tarde de que todo lo que deseábamos eran sólo fuegos artificiales para el alma, y éstos nunca nos satisfacen.
Necesitamos saborear cada momento que vivimos, no sólo aquellos que son dulces, sino también los salados e incluso los amargos. Cada día millones de personas se abrazan, miles de palabras emocionantes son pronunciadas, cada hora se dan miles de besos en todo el mundo y cada uno de ellos es el comienzo de una vivencia entrañable entre dos personas, o simplemente el agradecimiento por el cariño recibido. Si conociéramos lo que sucede en esas historias particulares, la vida dejaría de ser aburrida: recuerda que cuando uno de esos relatos es llevado al cine, nos asombra a todos, porque conocemos las circunstancias que hay detrás de cada persona, ¡Y tu eres una de esas historias fascinantes!
Por eso Dios ama la individualidad y Él jamás se aburre. Dios no es solo el Dios de toda la humanidad en conjunto, sino de cada persona en particular. Dios conoce los nombres y las circunstancias de cada uno. Dios te conoce a ti, conoce tu corazón, tus deseos y tus luchas. Esa es la razón por la que Jeremías escribió: «Una cosa quiero tener presente y poner en ella mi esperanza: El amor del Señor no tiene fin ni se han agotado sus bondades. Cada mañana se
renuevan ¡qué grande es su fidelidad! Y me digo: ¡El Señor lo es todo para mí; por eso en El confío!» (LAMENTACIONES 3:21-24)..
Nuestra existencia es el primer regalo que Dios nos dio, cada mañana su fidelidad se renueva para nosotros ¡podemos disfrutar de cada momento! Piénsalo, comemos todos los días, pero es ese plato especial de hoy el que te hace disfrutar. Caminamos todos los días, pero el paseo de hoy con un amigo es completamente diferente. Hablamos miles de veces, pero es la conversación que hemos tenido hace algunos momentos la que ha hecho este día extraordinario, ¡Podríamos poner cientos de ejemplos parecidos!
¡Tu vida merece la pena! Confía en la fidelidad de Dios y disfruta con él cada mañana, cada tarde, cada noche… ¡cada momento! ¡Tú eres una de esas historias fascinantes!
Dios nos hizo de una manera absolutamente impresionante, y es más, somos valiosos porque su creatividad es el origen de nuestro valor. ¡Recuerda que las personas son más importantes que las obras! Eso es lo que Dios nos ha enseñado. Miguel Ángel es mucho más importante que su “David”, Leonardo que su “Gioconda” y cada uno de nosotros tiene más valor que aquello que ha hecho. Si no es así es porque hemos perdido el orden de los valores. Quizás hay alguien muriéndose a nuestro lado y no nos damos cuenta. ¡Piénsalo! Estás en el museo del Louvre y hay un incendio ¿A quién rescatarías? ¿Al cuadro de la Gioconda o una persona que está en una silla de ruedas y no puede valerse por sí misma? ¡Dios no tiene ninguna duda de lo que haría, porque nos da siempre el máximo valor! Cuando Él nos guía, todo es diferente: «Me has tomado de la mano derecha ¿A quien tengo en el cielo? ¡solo a Ti! Estando contigo nada quiero en la tierra» (SALMO 73:21-23-25)
No estamos solos. Dios no solamente nos creó, sino que, además sabe quienes somos y nos ama. Nos