Aliento mutuo
Después de otra semana de verme sacudida por más reveses médicos, me hundí en el sofá. No quería pensar en nada. No quería hablar con nadie. Ni siquiera podía orar. El desánimo y las dudas me agobiaban cuando encendí el televisor. Comencé a mirar una publicidad que mostraba a una niña que le hablaba a su hermanito. «Eres un campeón», le dijo. Mientras ella seguía alentándolo, la sonrisa de él fue creciendo… y la mía también.
Esperanza perdurable
Al pequeño Solomon, de cuatro años, le diagnosticaron distrofia muscular de Duchenne, una enfermedad degenerativa. Un año más tarde, los médicos nos recomendaron una silla de ruedas. Pero Solomon protestó porque no quería usarla. Los familiares y amigos oraron por él y juntaron dinero para un perro de servicio entrenado especialmente para ayudarlo y evitar la silla de ruedas mientras sea posible.
Mejor juntos
María, una madre soltera que trabajaba mucho, casi nunca faltaba a la iglesia. Cada semana, tomaba un ómnibus para ir y volver con sus hijos, y ayudaba a ordenar antes y después de las reuniones.
Razones para regocijarse
Cuando la Sra. Glenda entró en el área común de la iglesia, su alegría contagiosa inundó el lugar. Acababa de recuperarse de un difícil procedimiento médico. Mientras se acercaba para nuestro habitual saludo después de la reunión, di gracias a Dios por todas las veces que ella había llorado conmigo, me había corregido con delicadeza y dado ánimo. Incluso me había pedido perdón cuando pensó que había herido mis sentimientos. Siempre me invita a hablar con sinceridad sobre mis luchas y me recuerda que tenemos muchas razones para alabar a Dios.
Aflicción y gratitud
Después de la muerte de mi madre, una de sus compañeras que también tenía cáncer se me acercó y dijo llorando: «Tu mamá era tan buena conmigo. Lamento que ella muriera… en vez de morir yo».
Un reencuentro celestial
Cuando escribía el obituario de mi mamá, sentí que la palabra murió era muy extrema para la esperanza que tenía de nuestro prometido reencuentro en el cielo. Entonces, puse: «Fue recibida en los brazos de Jesús». Aun así, a veces me entristezco cuando miro fotos familiares más actuales donde ella no está. No obstante, hace poco descubrí a un artista que, utilizando fotos de los seres queridos, elabora retratos familiares que incluyen a aquellos que hemos perdido. Con sus pinceladas, este artista representa la promesa de Dios de un reencuentro celestial. Derramé lágrimas al pensar en ver a mi mamá sonriendo a mi lado otra vez.
Arraigados en amor
Llegué al centro de cuidados para personas con cáncer —donde me quedaría a cuidar a mi mamá— sintiéndome sola y con miedo, y a más de 1.200 kilómetros de mi familia. Pero antes de que pudiera siquiera tocar mi equipaje, Frank, un hombre con una sonrisa enorme, ofreció ayudarme. Para cuando llegamos al sexto piso, yo había planeado visitar a su esposa Lori, la cual lo cuidaba durante su tratamiento. Pronto, fuimos como familia, al descansar en Dios y unos con otros. Nos reíamos, nos desahogábamos y orábamos juntos. Aunque nos sentíamos desplazados, nuestra conexión con Dios y entre nosotros nos mantuvo arraigados en el amor.
Nómades radiantes
Bajo un cielo nocturno en la primavera de 2020, los surfistas cabalgaban las olas bioluminiscentes en la costa de San Diego. Este espectáculo de luces era provocado por organismos microscópicos llamados fitoplancton, nombre derivado de una palabra griega que significa «nómade». Durante el día, producen mareas rojas y captan la luz solar que se convierte en energía química. En la oscuridad, cuando se los perturba, producen una luz azul radiante.
El privilegio de la mayordomía
Durante unas vacaciones, mi esposo y yo caminábamos por la playa y notamos un espacio grande de arena rodeado de una cerca. Un joven explicó que trabajaba con un equipo de voluntarios para proteger los huevos en los nidos de las tortugas marinas. Cuando las crías salían de su nido, la presencia de los animales y de las personas amenazaba y disminuía su chance de sobrevivir. Dijo: «Por más que nos esforzamos mucho, los científicos estiman que una de cinco mil crías llega a la adultez». No obstante, estos números sombríos no desalentaban a aquel joven. Su pasión por servir desinteresadamente a esas crías profundizó mi deseo de respetar y proteger las tortugas marinas. Ahora, llevo un colgante con una tortuga marina para tener en mente mi responsabilidad de cuidar las criaturas que ha hecho Dios.
Los músculos de la fe
Durante una visita al zoológico, me detuve a descansar cerca de la guarida del perezoso. La criatura estaba colgada cabeza abajo. Parecía contenta así, completamente quieta. Suspiré. Debido a mis problemas de salud, me costaba quedarme quieta y anhelaba avanzar, hacer algo… Pero, mientras miraba el perezoso, observé cómo estiraba un brazo, tomaba una rama cercana y se detenía otra vez. Estar quieto requería de fuerza. Si quería contentarme con moverme despacio o quedarme quieta, necesitaba más que unos músculos fuertes. Para confiarle a Dios cada momento de mi vida, necesitaba un poder sobrenatural.