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Articles by Xochitl Dixon

Amor en acción

Hacía más de cinco años que la madre soltera vivía al lado de un señor mayor. Un día, preocupado por ella, él llamó a la puerta. «No la he visto por alrededor de una semana —le dijo—. Solo quería saber que estuviera bien». Esa «verificación de bienestar» la alentó. Al haber perdido a su padre cuando era pequeña, valoró que el amable hombre estuviera atento a ella y su familia.

Un paréntesis significativo

Mientras me preparaba para la reunión de recordación de la vida de mi mamá, oré por las palabras correctas para describir sus «años paréntesis»: aquellos entre su nacimiento y su muerte. Reflexioné en los años buenos y no tan buenos en nuestra relación. Alabé a Dios por el día en que aceptó a Jesús como Salvador. Agradecí al Señor por ayudarnos a crecer juntas en la fe y por aquellos que me contaron cómo ella los había alentado con su bondad y orado por ellos. Mi mamá imperfecta había disfrutado de un paréntesis significativo: una vida bien vivida para Jesús.

Regalo transformador de Dios

Saludé a nuestro grupo de jóvenes mientras repartíamos Biblias con mi esposo. Dije: «Dios usará estos preciosos regalos para transformar sus vidas». Esa tarde, algunos se comprometieron a leer juntos el Evangelio de Juan. Seguimos invitándolos a leer las Escrituras en casa, mientras les enseñábamos durante nuestras reuniones semanales. Más de una década después, vi a una de las alumnas, que dijo: «Todavía uso la Biblia que me regalaron». Su vida llena de fe era evidente.

Cada momento cuenta

Cuando el Titanic golpeó un iceberg en abril de 1912, el pastor John Harper se aseguró de que su hija de seis años tuviera lugar en uno de los pocos botes salvavidas. Le dio su chaleco salvavidas a otro pasajero y les habló del evangelio a todos los que querían escuchar. Mientras el barco se hundía, nadaba de una persona a otra y decía: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo» (Hechos 16:31).

Obediencia por amor

Durante nuestra boda, nuestro pastor me dijo: «¿Prometes amar, honrar y obedecer a tu esposo hasta que la muerte los separe?». Mirando a mi esposo, susurré: «¿Obedecer?». Habíamos construido nuestra relación sobre el amor y el respeto; no la obediencia ciega, como parecían sugerir los votos. Mi suegro filmó ese momento sorpresivo en que procesé la palabra obedecer y dije: «Sí».

No se puede amar más que Dios

Cuando mi hijo Xavier estaba en jardín de infantes, extendió ampliamente los brazos y dijo: «Te amo así de grande». Yo extendí mis brazos aún más y dije: «Yo te amo así de grande». Con los puños en la cintura, dijo: «Yo te amé primero». Sacudí la cabeza y dije: «Yo te amé cuando Dios te puso en mi panza». Xavier abrió grande los ojos… «Ganaste». «Los dos ganamos —dije—, porque Jesús nos amó primero a ambos».

¡Te oigo, Dios!

El bebé Gabriel se movía y se quejaba mientras su madre lo sostenía para que los doctores le colocaran su primer audífono. En cuanto el médico encendió el artefacto, Gabriel dejó de llorar. Abrió grande los ojos y sonrió. Podía oír la voz de su mamá que lo consolaba, lo alentaba y decía su nombre.

Liderazgo enfocado en el reino

Cuando me uní a un grupo de autores cristianos de libros para niños, que oraban unos por otros y se ayudaban para promocionar los materiales, algunos dijeron que éramos «tontos por trabajar con competidores». Pero nuestro grupo estaba dedicado a un liderazgo enfocado en la obra de Dios; y en la comunión, no la competencia. Compartíamos la misma meta: difundir el evangelio. Servíamos al mismo Rey: Jesús. Juntos, estamos alcanzando a más personas con nuestro testimonio de Cristo.

Dios las hizo todas

Xavier, mi hijo de tres años, me apretó la mano cuando entramos en el Acuario de la bahía de Monterey, en California. Señalando hacia la escultura de tamaño real de una ballena jorobada, suspendida del techo, dijo: «¡Enorme!». Siguió con los ojos bien abiertos mientras exploramos cada sala. Nos reímos cuando las nutrias salpicaban agua mientras comían. Quedamos en silencio ante la gran ventana de vidrio, fascinados con las medusas doradas que danzaban en el agua azul eléctrico. «Dios hizo cada criatura del océano —dije—, así como nos hizo a ti y a mí». Y Xavier susurró: «Guau».

En las manos amorosas de Dios

Después de otro problema de salud, le temía a lo desconocido e incontrolable. Un día, en un artículo de la revista Forbes, me enteré de que los científicos estudiaron el aumento de la «velocidad de rotación de la tierra» y afirmaron que el planeta «se tambaleaba» y «giraba más rápido»; que esto «podría requerir […] la reducción oficial de un segundo del tiempo global». Aunque un segundo no parece una gran pérdida, saber eso me afectó mucho. Aun la más mínima inestabilidad puede hacer que mi fe tambalee. Sin embargo, saber que Dios tiene el control me ayuda a confiar en Él por más aterradoras y tambaleantes que parezcan nuestras circunstancias.