¡Tenemos un rey!
Después de atacar a mi esposo con palabras hirientes cuando algo no salió como yo quería, desdeñé la autoridad del Espíritu Santo al recordarme versículos bíblicos que revelaban mi actitud pecaminosa. ¿Valía la pena dañar mi matrimonio o desobedecer a Dios con tal de satisfacer mi orgullo testarudo? Para nada. Pero, para cuando pedí perdón al Señor y a mi esposo, ya se había generado una secuela de heridas; el resultado de ignorar consejos sabios y de vivir como se me antojaba.
Adoración invalorable
Adoro y sirvo al Señor escribiendo; más aun ahora, cuando los problemas de salud reducen mi movilidad. Por eso, cuando un conocido dijo que lo que yo escribía no servía, me desanimé y dudé del valor de mis pequeñas ofrendas a Dios.
Fruto desbordante
Durante la primavera y el verano, admiro los frutos que crecen en el patio de mi vecino. Hay ramas salpicadas de ciruelas, uvas y naranjas que cuelgan a nuestro alcance.
No más culpa
Cuando era adolescente, invité a una amiga a mirar una tienda de souvenirs cerca de mi casa. Pero ella me horrorizó al meterme un puñado de broches para el cabello en el bolsillo y sacarme del negocio sin pagar. La culpa me carcomió durante una semana, hasta que acudí a mi mamá y le confesé todo entre lágrimas.
Reflejar el amor de Dios
Tuve el privilegio de servir cuidando a mi mamá en un centro de tratamiento para el cáncer. Aun en sus peores días, ella leía la Escritura y oraba por los demás.
Destruir lo que divide
Se aproximaba una fecha de entrega, y una discusión que había tenido con mi esposo me daba vueltas por la cabeza. Me quedé mirando el cursor parpadeante, mientras pensaba: Él también estuvo equivocado, Señor.
Empaparnos de la Palabra
Cuando nuestro hijo Xavier era pequeño, visitamos el acuario de la bahía de Monterey. Al entrar, señalé una escultura colgante. «Miren. Una ballena jorobada».
Compartir el consuelo
Una amiga me envió unas artesanías de cerámica que había hecho. Cuando abrí la caja, descubrí que las preciosas piezas se habían dañado en el viaje.
Nada es inútil
En mi tercer año de pelear contra el desánimo y la depresión causados por una movilidad limitada y el dolor crónico, le confesé a una amiga: —Mi cuerpo se está cayendo a pedazos. Siento que no tengo nada de valor para ofrecerle a Dios ni a nadie.
Esperar y ofrecer misericordia
Cuando me quejé por cómo me afectaban las decisiones pecaminosas de una amiga, la mujer con la que oraba todas las semanas respondió: «Oremos por todas nosotras».