Basta de orfandad
Guy Bryant, soltero y sin hijos propios, trabajaba en el departamento de bienestar infantil en Nueva York. Todos los días enfrentaba la gran necesidad de conseguir padres de acogida y decidió hacer algo al respecto. Por más de diez años, albergó a más de 50 niños, cuidando una vez a nueve al mismo tiempo. «Cada vez que me daba vuelta, había un niño que necesitaba un lugar donde quedarse —explicó—. Si tienes el lugar en tu casa y en tu corazón, simplemente lo haces. Ni siquiera lo piensas». Bryant les ha mostrado el amor de un padre a muchos.
Sanidad para todo el mundo
Escondido en un remoto desfiladero del oeste de Eslovenia, un centro médico secreto (Hospital Franja Partisan) albergaba a un numeroso personal que atendió a miles de soldados heridos durante la Segunda Guerra Mundial; todo a escondidas de los nazis. Aunque evitar que ubicaran el lugar es en sí una hazaña, más notorio es que el hospital (fundado y dirigido por un movimiento de resistencia esloveno) atendía a los soldados de los ejércitos aliados así como a los del Eje. Se recibía a todos.
Algo profundo y vinculante
Amina, una inmigrante iraquí, y José, norteamericano de nacimiento, asistieron a una protesta política en bandos opuestos. Se nos ha enseñado a creer que los que están separados por la etnia y la política se rechazan profundamente. Sin embargo, cuando una pequeña turba abordó a José, tratando de quemarle la camisa, Amina corrió a defenderlo. «Pienso que no podríamos haber estado más alejados como personas —dijo José a un reportero—; y aun así, fue una especie de acuerdo momentáneo de que “eso no está bien”». Algo más profundo los unía.
La lucha feroz
En 1896, un explorador llamado Carl Akely se encontró en una zona remota de Etiopía, perseguido por un leopardo enorme. Recordaba: el animal se abalanzó, tratando de «hundir sus dientes en mi garganta». Pero falló, y le desgarró el brazo izquierdo con sus hambrientas mandíbulas. Ambos rodaron en una larga y feroz lucha. Akely perdía fuerzas, y todo «se convirtió en una cuestión de quién se rendiría primero». Con la poca fuerza que le quedaba, pudo asfixiar con sus manos al enorme felino.
Realmente vivo
Como era la semana después de la Pascua, nuestro hijo de cinco años, Wyatt, había oído mucho sobre la resurrección. Siempre tenía preguntas, que generalmente nos dejaban sin respuesta. Yo estaba conduciendo y él iba en su silla detrás de mí. Miraba por la ventanilla, sumido en pensamientos. «Papi —dijo, haciendo una pausa y preparándose para una pregunta difícil—. Cuando Jesús nos haga vivir de nuevo, ¿vamos a estar realmente vivos o solo vivos en nuestra cabeza?».
Esto cambia todo
Jeroslav Pelikan, una de las «autoridades destacadas sobre la historia del cristianismo», publicó más de 30 libros y ganó el valorado Premio Kluge por sus numerosas obras. Sin embargo, uno de sus alumnos comentó lo que consideraba las palabras más importantes de su profesor, dichas antes de morir: «Si Cristo resucitó, nada más importa. Y si Cristo no resucitó… nada más importa».
Una vida de integridad
Abel Mutai, un corredor de Kenia que competía en una extenuante carrera a campo traviesa, iba primero a metros de la victoria. Confundido por los carteles y pensando que ya había cruzado la línea de llegada, se detuvo. El corredor que iba segundo, Iván Fernández Anaya, vio su error, y en lugar de aprovechar para pasarlo, extendió el brazo y lo guio para que ganara la medalla dorada. Cuando los reporteros le preguntaron por qué había perdido intencionalmente la carrera, insistió en que Mutai merecía ganar, no él: «¿Qué mérito tendría mi victoria? ¿Qué honor implicaría esa medalla? ¿Qué pensaría mi madre?». Como dijo un periodista: «Anaya prefirió la honestidad a la victoria».
La alegría de una buena noticia
En 1964, un gran terremoto de magnitud 9.2 hizo temblar Alaska durante cuatro minutos. En Anchorage, manzanas enteras desaparecieron, dejando cráteres y escombros. Durante esa aterradora noche, la reportera Genie Chance daba mensajes por radio a la gente desesperada: un obrero escuchó que su esposa estaba viva; familias angustiadas oyeron que sus hijos, en un campamento, estaban bien; una pareja se enteró de que habían encontrado a sus hijos. La radio no dejaba de dar buenas noticias… pura alegría en medio de las ruinas.
El poder del amor
Dos octogenarios, él de Alemania y ella de Dinamarca, eran una pareja insólita. Cada uno había disfrutado 60 años de matrimonio, antes de enviudar. Aunque vivían a solo 15 minutos de distancia, sus casas estaban en países distintos. Aun así, se enamoraron y pasaban tiempo juntos. Lamentablemente, en 2020, por el coronavirus, el gobierno danés cerró la frontera. Sin intimidarse, todos los días a las tres de la tarde, se reunían para hacer un picnic en un espacio tranquilo, sentado cada uno de su lado. «Estamos aquí por amor», explicó el hombre. Su amor era más fuerte que las fronteras, más poderoso que la pandemia.
Mortalidad y humildad
Los eruditos Jerónimo y Tertuliano relataban que, en la antigua Roma, cuando un general lograba una victoria épica, desfilaba en un carro reluciente por el centro de la capital, desde el alba hasta el atardecer. La multitud rugía, mientras el general disfrutaba de la adoración. Pero la leyenda señala que un siervo iba parado detrás de él todo el día, susurrándole: Memento mori («Recuerda que morirás»). En medio de toda la adulación, necesitaba la humildad que venía de recordar que era mortal.