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Articles by Winn Collier

Reconocer a Dios

Volé a la India, que nunca había visitado, y llegué al aeropuerto de Bengaluru después de la medianoche. A pesar de varios emails, no conocía a quien me iría a buscar ni dónde encontrarlo. Seguí a la multitud a buscar el equipaje y a la aduana, y salí a la noche calurosa y húmeda donde traté de detectar un par de ojos amigos entre el mar de rostros. Durante una hora, camine de un lado a otro, esperando que alguien me reconociera. Por fin, un hombre se acercó y preguntó: «¿Usted es Winn? Perdón. Pensé que lo reconocería. Usted seguía caminando por delante de mí, pero su aspecto no era como yo imaginaba».

Reconocer a Dios

Volé a la India, que nunca había visitado, y llegué al aeropuerto de Bengaluru después de la medianoche. A pesar de varios emails, no conocía a quien me iría a buscar ni dónde encontrarlo. Seguí a la multitud a buscar el equipaje y a la aduana, y salí a la noche calurosa y húmeda donde traté de detectar un par de ojos amigos entre el mar de rostros. Durante una hora, camine de un lado a otro, esperando que alguien me reconociera. Por fin, un hombre se acercó y preguntó: «¿Usted es Winn? Perdón. Pensé que lo reconocería. Usted seguía caminando por delante de mí, pero su aspecto no era como yo imaginaba».

La promesa de Dios más allá de las ruinas

Cuando el huracán Laura azotaba el Golfo de México en dirección a la costa estadounidense de Louisiana, las advertencias eran alarmantes. Un alguacil, ante vientos de 240 kilómetros por hora, emitió este mensaje impactante: «Por favor, evacúen. Pero si deciden quedarse y no podemos llegar adonde están, escriban su nombre, dirección, número de seguridad social y familiar cercano, y colóquenlo en una bolsita plástica en su bolsillo. Oramos para que no se llegue a esto». Los equipos de rescate sabían que, cuando Laura tocara tierra, lo único que podrían hacer sería ver el paso destructor de la tormenta.

Amor tan fuerte como la muerte

Si caminaras por el antiguo muro de ladrillos entre los cementerios protestante y católico en Roermond, Países Bajos, descubrirías una vista curiosa. A cada lado, empotradas en la pared, se levantan dos lápidas idénticas: una de un esposo protestante y la otra de su esposa católica. Las reglas culturales durante el siglo xix requerían que fueran sepultados en cementerios separados. Pero ellos no aceptaron ese destino. Las inusuales lápidas son lo suficientemente altas como para superar la división, de modo que, en la parte superior, hay apenas 30 a 50 centímetros de separación. Arriba de cada lápida, están esculpidas unas manos extendidas asidas entre sí. La pareja se negó a ser separada, aun en la muerte.

Tiempo bien aprovechado

El 14 de marzo de 2019, la NASA envió a la astronauta Christina Koch a la Estación Espacial Internacional. Koch no volvería a la tierra durante 328 días, lo que le otorgaría el récord femenino de mayor tiempo de vuelo en el espacio. Tenía miles de tareas diarias que cumplir y, hora tras hora, una línea roja se movía en la pantalla, mostrando constantemente si cumplía con lo programado. No había un instante que perder.

Comida para el hambriento

Durante años, el Cuerno de África ha sufrido sequías brutales que devastaron cultivos, mataron ganado y pusieron en peligro a millones. Entre los más vulnerables —como las personas del campamento de refugiados Kahuma, en Kenia—, es aún más tremendo. Una madre joven llevó ante los funcionarios del campamento a su bebé que sufría de una grave desnutrición que había dejado «su cabello y su piel […] secos y quebradizos». No sonreía ni comía. Su cuerpito se estaba apagando. Felizmente, por la intervención inmediata de especialistas, se construyó una estructura para suplir las necesidades consideradas de vida o muerte.

Una vida disciplinada en Dios

En junio de 2016, la reina Isabel cumplió 90 años. Desde su carruaje, la monarca saludaba a la multitud, mientras pasaba delante de largas filas de soldados vestidos de rojo y perfectamente atentos. Era un día caluroso en Inglaterra, y los guardias estaban vestidos con sus tradicionales pantalones negros, chaquetas abotonadas hasta el cuello y grandes sombreros de piel de oso. Mientras los soldados estaban parados firmes bajo el sol, un guardia comenzó a desmayarse. De manera asombrosa, mantuvo su estricto control y simplemente cayó hacia adelante, con el cuerpo derecho como una tabla y su cara contra el piso de arena. Allí estaba; de algún modo todavía en posición de firme.

Imprudente y descuidado

Lindisfarne, conocida también como Isla Santa, es una isla mareal en Inglaterra, conectada al continente por un camino angosto. Dos veces al día, el agua cubre el vado. Unos carteles advierten del peligro de cruzar durante la marea alta. Pero, por lo general, los turistas no prestan atención a las advertencias y terminan sentados en el techo de autos sumergidos o nadando a refugios donde puedan ser rescatados. La marea es predecible, tal como la salida del sol. Y las advertencias están en todas partes; es imposible no verlas. Pero, como describió alguien, Lindisfarne es «donde los imprudentes tratan de ganarle a la marea».

Confesión limpiadora

Hay un hombre al que algunas personas contratan cuando están por morir, y le pagan para que vaya a sus funerales y revele secretos que nunca compartieron en vida. Ha interrumpido elogios, pidiéndoles a los atónitos participantes que se sentaran cuando comenzaban a protestar. Una vez, explicó que el fallecido había ganado la lotería, pero que nunca se lo dijo a nadie y había simulado ser un empresario exitoso. Varias veces ha confesado infidelidad a cónyuges viudos. Cualquiera que haya sido el objetivo buscado, es obvio que la gente está ávida de ser absuelta de pecados pasados.

Tiempo para celebrar

Nuestra iglesia en Virginia realizaba los bautismos en el río Rivanna, donde el sol suele brillar con calidez, pero el agua es helada. Después del servicio en la iglesia, íbamos a un parque donde los vecinos arrojaban discos voladores y los niños abarrotaban el área de juegos. Éramos una especie de espectáculo en la ribera del río. Parado en el agua helada, yo leía las Escrituras y sumergía a los que se bautizaban, en esa expresión tangible del amor de Dios. Cuando salían, calados hasta los huesos, brotaban exclamaciones y aplausos. Al llegar a la orilla, familiares y amigos abrazaban a los recién bautizados… todos empapados. Compartíamos pasteles, bebidas y bocadillos. Los que miraban no siempre entendían qué pasaba, pero sabían que era una celebración.