Cofirmante no necesario
Cuando alguien con una larga historia de no pagar sus cuentas quiere conseguir un crédito para comprar una casa o un auto, los prestamistas prefieren no correr el riesgo de dárselo. Si carece de historial de pagos, al banco no le alcanza con que esa persona prometa devolver el dinero. Por lo general, la persona busca a alguien que se haya caracterizado por saldar sus deudas, y le pide que firme como garantía del préstamo. La promesa del cofirmante le asegura al prestamista que el préstamo será saldado.
Calma ante la crítica
Trabajo con un equipo para organizar un evento comunitario anual. A medida que se acerca la fecha, respondemos preguntas públicas y damos instrucciones. Después, escuchamos opiniones. Algunas son buenas, y otras son difíciles de escuchar. Los comentarios negativos pueden ser desalentadores, y a veces nos tientan a darnos por vencidos.
Nadie como yo
De niña, cuando me sentía sola, rechazada o triste, mi madre intentaba a veces alentarme cantando un conocido estribillo: «Nadie me quiere, todos me odian. Creo que me iré a comer gusanos». Cuando una sonrisa aparecía en mi cara apesadumbrada, ella me ayudaba a ver cuántas relaciones y razones especiales tenía para estar agradecida.
Cambio de perspectiva
La ciudad donde vivo había tenido el invierno más crudo en 30 años. Me dolían los músculos de sacar durante horas la nieve que no cesaba. Cuando entré a la casa, después de lo que parecía un esfuerzo inútil, me recibió la calidez de una fogata y mis hijos alrededor del hogar. Al mirar por la ventana, desde la protección de mi casa, cambió por completo mi perspectiva del clima. Ya no veía más el trabajo por hacer, sino la belleza de las ramas congeladas de los árboles y el paisaje invernal bañado por el blanco de la nieve.
Razón para cantar
Cuando yo tenía trece años, mi escuela exigió que se tomaran cuatro cursos exploratorios: economía del hogar, arte, coro y artesanía en madera. El primer día de coro, la profesora hizo pasar a cada alumno al lado del piano para escuchar su voz y ubicarlo según su registro vocal. Cuando llegó mi turno, canté las notas que ella tocó varias veces, pero no me ubicó en ningún lado; me dijo que fuera a la oficina de consejería, para que optara por otra clase. Desde ese momento, sentí que no debía cantar más.
Lo que queremos escuchar
Algunas investigaciones revelan que los seres humanos tenemos una marcada tendencia a buscar información que respalde lo que opinamos. Cuando estamos profundamente entregados a defender nuestra manera de pensar, evitamos el desafío de posiciones opuestas.
Fe en dos palabras
Por mi tendencia al pesimismo, llego rápidamente a conclusiones negativas sobre el resultado de mis experiencias en la vida. Si encuentro obstáculos en algún proyecto de trabajo, me convenzo fácilmente de que ninguno de ellos tendrá éxito, y de que —aunque no tenga nada que ver— probablemente nunca podré tocarme los dedos de los pies sin dolor. Además, ¡pobre de mí!, soy una madre espantosa que no puede hacer nada bien. La derrota en un aspecto afecta innecesariamente mi sentir en muchos otros.
Instrucciones directas
Mi segunda hija estaba ansiosa por dormir en una «cama grande» en el cuarto de su hermana. Todas las noches, la arropaba bien y le indicaba que no se levantara; que si lo hacía, volvería a la cuna. Noche tras noche, la encontraba en el pasillo, y tenía que regresar a mi preciosa decepcionada a su cuna. Años después, me enteré de que su habitualmente dulce hermana mayor, a quien no le entusiasmaba mucho tener una compañera de cuarto, le decía a la pequeña que yo la llamaba. Obedeciendo las palabras de su hermana, Britta iba a buscarme y, entonces, aterrizaba en su cuna.
Misericordia para el juicio
Una vez, cuando mis hijos peleaban y se me acercaron para acusarse el uno al otro, llevé a cada uno aparte y escuché su versión del problema. Como ambos eran culpables, al final de nuestra charla, les pregunté qué les parecía una disciplina justa y apropiada por las acciones del otro. Ambos sugirieron un inmediato castigo. En cambio, quedaron sorprendidos cuando le di a cada uno la consecuencia que habían sugerido para el otro. De repente, se lamentaron por lo «injusto» que parecía ahora el castigo que les había tocado; a pesar de haberles parecido correcto cuando debía aplicarse al otro.
¿Qué hay adentro?
«¿Quieres ver qué hay dentro?», me preguntó mi amiga. La había elogiado por la antigua muñeca de trapo que su hija sostenía en brazos. Con repentina curiosidad y mucho interés, le contesté que sí. Puso la muñeca boca abajo y abrió una cremallera disimulada en la parte posterior, y suavemente, sacó un tesoro: la muñeca de trapo que ella misma…