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Articles by Karen Huang

Crecer en Jesús

De niña, veía a los adultos como sabios e infalibles. Siempre saben qué hacer —pensaba—. Cuando crezca, también sabré siempre qué hacer. Ese «cuando crezca» llegó hace mucho, y lo que me enseñó es que, muchas veces, aún no sé qué hacer. Enfermedades de familiares, problemas laborales o conflictos interpersonales han arrebatado toda ilusión de control y fortaleza personal, dejándome una sola opción: cerrar los ojos y susurrar: «Señor, ayúdame. No sé qué hacer».

Soportar en Cristo

Cuando estudiaba en el seminario, teníamos un culto semanal. En uno de ellos, mientras cantábamos «Cuán grande es Dios», observé a tres de nuestros amados profesores cantando fervorosos. Sus rostros irradiaban gozo, lo cual solo era posible por la fe que tenían en Dios. Años después, cuando enfrentaron enfermedades terminales, fue esa fe la que les permitió soportar y alentar a otros.

Mi Dios está cerca

Durante más de treinta años, Lourdes, una maestra de canto en Manila, enseñó a alumnos cara a cara. Cuando le pidieron que dictara clases en línea, se puso ansiosa porque tenía una computadora vieja y no entendía las plataformas de videollamadas.

Dios no se olvidará de ti

En mi infancia, coleccionaba estampillas. Cuando mi angkong («abuelo» en el dialecto fuzhou) se enteró de mi pasatiempo, empezó a guardar estampillas del correo que recibía en su oficina todos los días. Siempre que visitaba a mis abuelos, Angkong me daba un sobre lleno de estampillas. «Aunque esté ocupado —me dijo una vez—, no me olvidaré de ti».

Confiando en Dios

Necesitaba urgentemente dos medicamentos. Uno para las alergias de mi mamá y otro para el eczema de mi sobrina. El malestar de ambas estaba empeorando, pero el medicamento ya no estaba disponible en las farmacias. Desesperada, oré una y otra vez: Señor, por favor, ayúdalas.

Aférrate a Jesús

Me sentí mareada mientras subía por las escaleras del edificio de oficinas. Sorprendida, me aferré al pasamano porque todo parecía dar vueltas. Con el corazón latiendo a mil y las piernas flojas, di gracias de que el pasamano era firme. Los exámenes médicos mostraron que tenía anemia. Aunque la causa no era grave y mi salud se recuperó, nunca olvidaré lo débil que me sentí ese día.

Puedes confiar en Dios

Cuando mi gato Mickey tuvo una infección en un ojo, le ponía gotas todos los días. En cuanto lo colocaba en la encimera del baño, se sentaba, me miraba con miedo y se preparaba para recibir el chorro de líquido. «Buen chico», murmuraba yo. Aunque no entendía lo que iba a hacerle, nunca saltó, gruñó ni me rasguñó. En cambio, se acurrucaba cerca de mí… la persona que lo sometía a esa situación difícil. Sabía que podía confiar en mí.

Nuestra ancla de esperanza

Mostré una foto de gente durmiendo debajo de cartones en un callejón oscuro. «¿Qué necesitan?», pregunté a mis alumnos de la escuela dominical. «Comida», dijo uno. «Dinero», otro. «Un lugar seguro», agregó reflexivamente un chico. Luego, habló una niña: «Esperanza».

Dios te ve

Las primeras horas de la mañana pueden ser dolorosas para mi amiga Alma, una madre soltera con dos hijos. Ella dice: «Cuando todo está en silencio, las preocupaciones salen a luz».

Lo común y corriente no existe

Cuando Anita murió mientras dormía, a los 90 años, la tranquilidad de su partida reflejó la de su vida. Al quedar viuda, se había dedicado a sus hijos y nietos, y a ser amiga de las mujeres más jóvenes de la iglesia.