Puedes confiar en Dios
Cuando mi gato Mickey tuvo una infección en un ojo, le ponía gotas todos los días. En cuanto lo colocaba en la encimera del baño, se sentaba, me miraba con miedo y se preparaba para recibir el chorro de líquido. «Buen chico», murmuraba yo. Aunque no entendía lo que iba a hacerle, nunca saltó, gruñó ni me rasguñó. En cambio, se acurrucaba cerca de mí… la persona que lo sometía a esa situación difícil. Sabía que podía confiar en mí.
Nuestra ancla de esperanza
Mostré una foto de gente durmiendo debajo de cartones en un callejón oscuro. «¿Qué necesitan?», pregunté a mis alumnos de la escuela dominical. «Comida», dijo uno. «Dinero», otro. «Un lugar seguro», agregó reflexivamente un chico. Luego, habló una niña: «Esperanza».
Dios te ve
Las primeras horas de la mañana pueden ser dolorosas para mi amiga Alma, una madre soltera con dos hijos. Ella dice: «Cuando todo está en silencio, las preocupaciones salen a luz».
Lo común y corriente no existe
Cuando Anita murió mientras dormía, a los 90 años, la tranquilidad de su partida reflejó la de su vida. Al quedar viuda, se había dedicado a sus hijos y nietos, y a ser amiga de las mujeres más jóvenes de la iglesia.
Lo único que necesitas
Sentada a la mesa del comedor, contemplé el caos feliz que me rodeaba. Tíos, primos y sobrinos disfrutaban de la comida y de estar juntos. Yo también lo disfrutaba. Pero un pensamiento me traspasaba el corazón: Eres la única mujer aquí sin hijos, sin una familia que pudiera llamar propia.