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Articles by James Banks

Refugio para los rechazados

George Whitefield (1714-1770) fue uno de los predicadores más brillantes de la historia. Sin embargo, su vida tuvo controversias. A veces, su práctica de predicar al aire libre (para incluir a más cantidad de gente) recibía críticas por parte de los que cuestionaban sus motivaciones. El epitafio de Whitefield arroja luz sobre su respuesta a las duras palabras de los demás: «Me conformo con esperar hasta el día del juicio para que se despeje toda duda sobre mi carácter; y después de morir, no deseo otro epitafio que este: “Aquí yace George Whitefield. Aquel gran día revelará la clase de hombre que era”».

La razón para escribir

«El Señor es mi alto refugio […]. Cantábamos mientras dejábamos el campamento». El 7 de septiembre de 1943, Etty Hillesum escribió estas palabras en una tarjeta y las arrojó desde un tren. Fueron sus últimas palabras registradas. El 30 de noviembre fue asesinada en Auschwitz. Tiempo después, sus diarios de las experiencias en un campo de concentración se tradujeron y publicaron. Allí relataba su perspectiva sobre los horrores de la ocupación nazi y la belleza del mundo de Dios.

Preservados

Mientras limpiaba el jardín para prepararlo para los cultivos de primavera, tomé un manojo grande de malezas invernales y las arranqué de un tirón. Una cobra venenosa estaba escondida en el matorral justo debajo de mi mano; unos pocos centímetros más y la habría agarrado sin querer. Vi sus manchas coloridas en cuanto levanté el manojo; el resto estaba enroscado en las malezas entre mis pies.

Confía en la luz

El pronóstico decía bomba ciclónica. Esto sucede cuando una tormenta invernal se intensifica rápidamente porque la presión atmosférica desciende. Cuando cayó la noche, las ventiscas hacían casi imposible ver en la carretera hacia el aeropuerto de Denver. Casi. Pero cuando es tu hija la que está volando para venir a visitarte, haces lo que tienes que hacer. Llevas más ropa y agua (por si te pierdes en el camino), conduces lentamente, oras sin cesar y por último —aunque no menos importante— confías en tus luces delanteras. Y a veces, logras lo casi imposible.

Esperar una bendición

Un popular restaurante en Bangkok, Tailandia, sirve sopa —llamada «guiso perpetuo»— de un caldo que se ha estado cocinando desde hace 45 años y que se repone diariamente un poco. Como algunas «sobras» saben mejor días después, el largo tiempo de cocción mezcla y crea sabores únicos.

Las huellas de Dios

«Yo sé dónde vive Dios», le dijo nuestro nieto de cuatro años a mi esposa Cari. «¿Dónde?», preguntó ella, con curiosidad. «En el bosque al lado de tu casa», contestó él.

Dios de lo invisible

«A veces, siento como si fuera invisible. Pero deseo tanto que Dios me utilice». Ana limpiaba el gimnasio del hotel, cuando empezamos a conversar. Allí descubrí que tenía una historia asombrosa.

Cuando vengan las inundaciones

Vivo en Colorado, un estado norteamericano conocido por las Montañas Rocosas y las nevadas. Sin embargo, el peor desastre natural que hubo no tuvo nada que ver con la nieve, sino con la lluvia, que generó una inundación el 31 de julio de 1976 en la que murieron 144 personas e innumerables animales. Tras ese significativo desastre, se hicieron estudios en la región, especialmente de las bases de caminos y carreteras. Las paredes que soportaron la tormenta fueron las de concreto. Es decir, tenían un fundamento fuerte y seguro.

Cuando despunta la paz

Una fría Noche Buena en Bélgica, en 1914, durante la Primera Guerra Mundial, el sonido del canto brotó de las trincheras donde estaban escondidos los soldados. Compases del villancico Noche de Paz resonaron en alemán, y luego en inglés. Los que antes habían estado disparándose unos a otros, dejaron sus armas y salieron para saludarse en la «tierra de nadie» que los separaba, intercambiando saludos de Navidad y regalos espontáneos de sus raciones. El cese del fuego continuó hasta el día siguiente, mientras los soldados charlaron, rieron e incluso organizaron partidos de fútbol.

Dejar un poco

Monedas… eso es lo que encontrarías en la mesa de luz junto a su cama. Vaciaba sus bolsillos todas las noches y dejaba el contenido allí, porque sabía que en algún momento ellos irían a visitarlo; ellos, sus nietos. Con los años, los niños supieron que debían ir a su mesa de luz en cuanto llegaran. Él podría haber puesto todo ese resto de cambio en una alcancía o guardarlo en una cuenta de ahorro. Pero no lo hizo. Le encantaba dejarlo allí para los pequeños, las preciosas visitas a su casa.