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Articles by David H. Roper

¿Por qué yo?

Hace poco, leí el Salmo 131, uno de mis favoritos. En el pasado, lo consideraba un estímulo para entender que el misterio es uno de los rasgos del carácter de Dios. Sus palabras me desafiaban a mantener la mente tranquila, ya que soy incapaz de entender todo lo que el Señor está haciendo en Su universo.

¡Papá no dijo «Ay»!

Tengo un amigo que, una noche, estaba trabajando en la oficina de su casa tratando de terminar una tarea impostergable. Su hijita, que en ese entonces tenía unos cuatro años, jugaba alrededor del escritorio entreteniéndose con una cosa y otra, moviendo objetos de un lado para otro, abriendo los cajones y haciendo bastante ruido.

Una lección sobre el llanto

¿Alguna vez se te rompió el corazón? ¿Cuál fue la causa? ¿Crueldad, fracaso, infidelidad, pérdida? Quizá te escurriste en la oscuridad para llorar.

Nunca se sabe

Mientras estudiaba en el seminario, dirigí un campamento de verano para niños en la Asociación Cristiana de Jóvenes. Cada mañana, empezaba el día con una breve historia en la que trataba de incluir un elemento del evangelio.

La bondad del Señor

Hace algunos años, encontré un breve ensayo escrito por Sir James Barrie, un barón inglés. Allí describe íntimamente a su madre, la cual amaba profundamente a Dios y Su Palabra, y que, literalmente, había leído la Biblia hasta deshojarla. «Ahora es mía —escribió Sir James— y, para mí, los hilos negros con que la cosió son parte del contenido».

Pescar donde no hay peces

Tengo un amigo muy bueno con quien suelo ir de pesca. Después de ponerse las botas de pescador y juntar todo el equipo, se sienta en la puerta trasera de su camioneta y observa el río durante unos 15 minutos, para ver si salta algún pez. «No tiene sentido pescar donde no hay peces», dice. Esto me lleva a pensar en otra pregunta: «¿Pesco almas donde no están?».

La buena vida

Los filósofos meditan sobre este asunto: «¿Qué es la buena vida y quién la tiene?». Al instante, pienso en mi buen amigo Roy.

Palos y piedras

El salmista estaba harto del «menosprecio de los soberbios» (Salmo 123:4). Quizá tú también. Es probable que tus vecinos, tus compañeros de trabajo o de escuela se burlen de tu fe y de tu decisión de seguir a Cristo. Los palos y las piedras nos quiebran los huesos, pero las palabras pueden dañarnos mucho más profundamente. En su comentario sobre este salmo, Derek Kidner se refiere al menosprecio como «acero frío».

El poder de una promesa

Yo llevo sólo dos joyas: un anillo de bodas en el dedo y una pequeña cruz celta en una cadena alrededor del cuello. El anillo representa mi compromiso de ser fiel durante toda la vida a Carolyn, mi esposa. La cruz me recuerda que no sólo lo soy por amor a ella, sino también por causa de Jesús. Él me ha pedido que sea fiel a mi esposa hasta que la muerte nos separe.

En resumen

Una vez, me puse a contar y descubrí que el Discurso de Gettysburg, de Abraham Lincoln, contiene menos de 300 palabras. Entre otras cosas, esto significa que no hace falta que las palabras sean muchas para que sean memorables.