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Articles by Cindy Hess Kasper

Lavar los pies… y los platos

Cuando cumplieron 50 años de casados, Charley y Jan desayunaron en un café con su hijo Jon. Ese día, el restaurante tenía poco personal: solo un encargado, la cocinera y una joven que hacía de recepcionista, camarera y limpiando las mesas. Cuando terminaron de desayunar, Charley les preguntó a su esposa e hijo: «¿Tienen algo importante que hacer en las próximas horas?». Contestaron que no.

La luz de Dios y las sombras

Cuando a Eliana le diagnosticaron un cáncer avanzado, ella y su esposo, Carlos, supieron que no pasaría demasiado tiempo hasta que fuera a estar con Jesús. Ambos atesoraban la promesa del Salmo 23 de que Dios estaría con ellos mientras atravesaban el valle más profundo y difícil de sus 54 años juntos. Se apoyaron en la esperanza de que Eliana estaba lista para encontrarse con Jesús, ya que había puesto su fe en Él décadas antes.

No desmayes

No recuerdo un tiempo en que mi mamá Dorothy tuviera buena salud. Diabética durante años, el azúcar en su sangre era descontroladamente errática. Tuvo complicaciones y sus riñones afectados necesitaron diálisis permanente. Una neuropatía y huesos fracturados requirieron el uso de una silla de ruedas. Su vista comenzó a reducirse.

Promesa cumplida

Cuando era niña, todos los veranos viajábamos unos 320 kilómetros para disfrutar una semana con mis abuelos. Mucho después, tomé conciencia de cuánta sabiduría obtuve de esas dos personas que amaba. Sus experiencias de vida y su andar con Dios les habían dado perspectivas que mi mente infantil no podía siquiera imaginar. Conversar con ellos sobre la fidelidad de Dios me aseguró que Él es confiable y que cumple todas sus promesas.

Un lugar para el silencio

Si te gusta la tranquilidad, hay un lugar en Minnesota, Estados Unidos, que te encantará. ¡Absorbe el 99,99 % del sonido! La mundialmente famosa cámara anecoica (sin eco) de los Laboratorios Orfield ha sido llamada «el lugar más silencioso de la tierra». Se requiere que las personas que desean experimentar ese espacio sin sonido se sienten para evitar desorientarse por la falta de ruido, y nadie ha podido pasar más de 45 minutos adentro.

Todo para Jesús

Cuando Jeff tenía catorce años, su mamá lo llevó a ver a un cantante famoso. B. J. Thomas había quedado atrapado en un estilo de vida autodestructivo durante las giras musicales, pero cuando conoció Jesús, su vida cambió radicalmente.

Hacer o no hacer

Cuando yo era niña, colocaron en exhibición en un parque cerca de mi casa un tanque fuera de servicio de la Segunda Guerra Mundial. Varios carteles advertían del peligro de subirse al vehículo, pero dos de mis amigos se treparon de inmediato. Algunos titubeamos un poco, pero finalmente hicimos lo mismo. Un chico no quiso, y señaló los carteles. Otro se bajó de un salto cuando un adulto se acercó. La tentación a divertirnos superó nuestro deseo de cumplir las reglas.

Ver una necesidad

En los últimos días de la vida de mi papá, una de las enfermeras pasó por su habitación y me preguntó si podía afeitarlo. Mientras le pasaba con suavidad la navaja por el rostro, explicó: «A los hombres de su generación les gusta afeitarse todos los días». Ella había visto una necesidad y actuó para mostrar bondad, dignidad y respeto. Su cuidado tierno me recordó a mi amiga Julia, que todavía le pinta las uñas a su madre anciana porque es importante que su mamá «se vea linda».

Tan hermoso

Era muy pequeña la primera vez que me asomé por una ventana de un pabellón de recién nacidos y vi a un bebé. En mi ignorancia, me consternó ver a un niño pequeñito, arrugado y con la cabeza con forma de cono y sin cabello. Sin embargo, la madre del bebé, que estaba cerca de nosotros, no podía dejar de preguntarles a todos: «¿No es hermoso?». Recordé aquel momento cuando vi un video de un joven papá cantándole con ternura la canción «You Are So Beautiful» [Eres tan hermosa] a su beba. Para su padre embelesado, la pequeña era lo más bello jamás creado.

Suficiente tiempo

Cuando vi el enorme ejemplar de Guerra y paz, de León Tolstói, en el estante de una amiga, confesé: «Nunca pude leerlo completo». «Bueno —sonrió Marty—; cuando me jubilé, me lo regaló una amiga que me dijo: “Ahora vas a tener tiempo de leerlo finalmente”».