Consumirse
En su libro El llamamiento, Os Guinness describe una ocasión en que Winston Churchill, de vacaciones con amigos en Francia, se sentó frente a una chimenea una noche fría, y mirando el fuego, vio cómo los troncos de pino «crujían, siseaban y escupían mientras se quemaban. De pronto, con su conocida voz, gruñó: “Yo sé por qué escupen los troncos. Sé lo que es consumirse”».
La mayor misión de rescate
El 18 de febrero de 1952, una tormenta gigante partió en dos el barco cisterna Pendleton, a unos 15 kilómetros de la costa de Massachusetts. Más de 40 marineros quedaron atrapados dentro del buque mientras este naufragaba en medio de vientos fuertes y olas violentas.
Un lugar seguro
Mis hermanos y yo crecimos en una zona de colinas boscosas que ofrecían un paisaje fértil para nuestra imaginación. Ya sea que nos balanceáramos de las ramas —como Tarzán— o que construyéramos casa en los árboles —como la Familia Robinson—, representábamos las escenas de las historias que leíamos o de las películas que mirábamos. Lo que más nos gustaba era construir fuertes y simular que estábamos a salvo de ataques. Años después, mis hijos construían fuertes con mantas, sábanas y almohadas: su propio «lugar seguro» contra enemigos imaginarios. Parece casi instintivo querer un lugar donde resguardarse y sentirse seguro.
Distracciones peligrosas
El artista Sigismund Goetze sorprendió a la Inglaterra de la era victoriana con una pintura titulada «Despreciado y rechazado por los hombres», donde mostraba al Jesús sufriente y condenado, rodeado de personas de la generación del pintor. Estaban todas tan envueltas en sus propios intereses —negocios, romances, políticas— que no se daban cuenta del sacrificio del Salvador. Indiferente a Cristo, la multitud que lo rodeaba se asemejaba a aquellos que, al pie de la cruz, no tenían idea de la situación ni de la Persona que tenían delante.
Fatiga por compasión
Ana Frank es famosa por su diario, donde describe los años en que su familia se escondió durante la Segunda Guerra Mundial. Más tarde, cuando la encarcelaron en un campo de concentración nazi, sus compañeros decían que «sus lágrimas [por ellos] nunca se detuvieron», lo cual la hicieron «una presencia bendita para todos los que la conocieron». Así, el erudito Kenneth Bailey afirmó que Ana nunca mostró tener «fatiga por compasión».
El gran crescendo
Mis padres me enseñaron a amar toda clase de música; desde country hasta clásica. Por eso, el corazón me latía con rapidez cuando entré en el Conservatorio de Moscú —una de las grandes salas de música de Rusia— para escuchar a la Sinfónica Nacional. A medida que interpretaban una pieza maestra de Tchaikovsky, el crescendo fue cobrando fuerza hasta llegar a un dramático y profundo clímax musical. Fue un momento mágico, y la audiencia se puso de pie con un estruendoso aplauso de aprobación.
Postura valiente
Teresa Prekerowa era apenas una adolescente cuando los nazis invadieron Polonia, su tierra natal. Eran los comienzos del Holocausto, cuando sus vecinos judíos empezaron a desaparecer. Junto con otros conciudadanos, Teresa arriesgó su vida para rescatarlos; y luego, se convertiría en una de las historiadoras destacadas sobre la guerra y el Holocausto. Su valentía contra la ola de maldad le ganó un lugar con los Justos de las Naciones en el Museo del Holocausto Yad Vashem en Jerusalén.
¿Qué hay en un nombre?
«Gip» Hardin, un predicador metodista, en honor al famoso predicador John Wesley, le puso ese nombre a su hijo, reflejando así sus aspiraciones para él. Lamentablemente, John Wesley Hardin escogió un camino diferente. Jactándose de haber matado a 42 hombres, se convirtió en uno de los pistoleros y delincuentes más famosos del Oeste americano de finales del siglo xix.
Sky Garden
Cuando mi esposa y yo estábamos en Londres, un amigo arregló para que visitáramos Sky Garden. La terraza de este edificio de 35 pisos, en el distrito empresarial londinense, es una plataforma rodeada de vidrios y llena de plantas, árboles y flores. Pero lo que más captó nuestra atención fue la vista de la ciudad desde 150 metros de altura, que nos permitió admirar la Catedral de San Pablo, la Torre de Londres y mucho más. Era impresionante, y ofrecía una útil lección sobre perspectiva.
El tiempo
«Los occidentales tienen relojes. Los africanos tienen tiempo». Eso dijo Os Guinnes, citando un proverbio africano en su libro Impossible People [Personas increíbles]. Esto me llevó a meditar en las veces que he respondido a una petición, diciendo: «No tengo tiempo». Pensé en cómo la tiranía de lo urgente, los horarios y las fechas límites dominan mi vida.