Misericordia inalterable
Mientras caminaba por el aeropuerto O’Hare de Chicago, en Estados Unidos, algo me llamó la atención: el mensaje en el sombrero de alguien que corría por los pasillos. En solo dos palabras, declaraba: «Niega todo». Me pregunté qué significaba: ¿nunca admitas ser culpable?, ¿prívate de los placeres y los lujos de la vida? Me quedé pensando en el misterio de estos dos simples vocablos.
¿Casi satisfecho?
Cuando salí del restaurante a buscar el auto en el estacionamiento, vi una camioneta que pasaba a toda velocidad entre los coches. Mientras observaba la actitud descontrolada del conductor, me llamó la atención la frase escrita en la matrícula del frente del vehículo: «Casi satisfecho». Después de pensar en ese mensaje y en lo que intentaba transmitir, llegué a la conclusión de que el concepto «casi satisfecho» no existe. O estamos satisfechos o no lo estamos.
Interés abrumador
Hace un tiempo, escribí un artículo sobre mi esposa Marlene y sus problemas de vértigo. Cuando se publicó el devocional, me sorprendió la oleada de respuestas de lectores que ofrecían estímulo, ayuda, sugerencias y, mayormente, se interesaban por su bienestar. Llegaronde todo el mundo, de personas de todas las esferas de la vida. Las expresiones de afectuosa preocupación por mi esposa alcanzaron tal punto que resultó imposible responder a todos. Quedamos poderosamente maravillados al ver la respuesta del cuerpo de Cristo frente a la lucha de Marlene. Estábamos y seguimos estando profundamente agradecidos.
El don de la luz
Sir Christopher Wren diseñó y construyó más de 50 iglesias en Londres a finales del siglo xvii. Dos rasgos destacados caracterizaban su estilo. El primero eran campanarios altos y macizos. Sin embargo, el segundo era más significativo. Wren estaba convencido de que las ventanas de sus iglesias debían tener vidrios transparentes, en lugar de ser opacos como se acostumbraba en aquella época. Palabras atribuidas a él explican en parte su motivación: «La mayor dádiva de Dios para el ser humano es la luz». Para él, permitir que la luz bañara a la gente mientras adoraba era una celebración de ese regalo.
El gozo de la decepción
Mientras estudiaba en el instituto bíblico, me presenté para formar parte de los equipos de música itinerantes de la institución. Me entusiasmaba la idea de participar en ese ministerio, pero quedé frustrado cuando no me aceptaron. Ante mi decepción, solamente pude confiar en que los propósitos de Dios eran más grandes que los míos.
El otro ochenta por ciento
Hace poco, vi un cartel que decía que el ochenta por ciento de los seres vivientes de la Tierra están en los mares. Ese número sorprendente es difícil de asimilar, en gran parte porque la mayoría de esos seres no se ven.
Sabiduría de las masas
La descripción en Internet de La sabiduría de las masas dice: «En este fascinante libro, el columnista sobre economía James Surowiecki explora una idea sencilla, pero engañosa: los grupos grandes de personas son más listos que las elites minoritarias, independientemente de su inteligencia; mejores para resolver problemas, fomentar innovaciones, llegar a decisiones sabias, e incluso para predecir el futuro».
Demasiado bendecido
En mi viaje diario a la oficina, tengo muchísimo tiempo para leer… me refiero a las calcomanías en los automóviles. Algunas son desagradables, otras ingeniosas, e incluso otras, directamente de mal gusto. Sin embargo, una que vi hace poco desafió sutilmente mi corazón sobre la manera en que suelo enfrentar la vida. Decía simplemente: «Demasiado bendecido como para quejarme».
Tema de conversación
Quizá conozcas el dicho: «Las grandes mentes hablan de ideas; las mentes promedio hablan de acontecimientos; las mentes pequeñas hablan de la gente». Sin duda, hay maneras de hablar de la gente que pueden honrarlas, pero este dicho enfatiza nuestro lado más oscuro. En un mundo de comunicaciones constantes, tanto social como profesionalmente, se nos confronta permanentemente con la vida de personas en un nivel de intimidad que puede ser inapropiado.
La batalla contra el ego
En la antigua Roma, cuando un general regresaba victorioso de una batalla, se organizaba un desfile para dar la bienvenida al conquistador. Desfilaban las tropas del general y los cautivos, estos últimos llevados a manera de trofeo y como prueba del triunfo. Mientras recorrían la ciudad, las multitudes vitoreaban el éxito de su héroe.