Preparados para la boda
«T engo hambre», dijo mi hija de 8 años. «Lo siento —le dije—, pero no tengo nada para que comas. Juguemos a algo». Habíamos estado esperando por más de una hora la llegada de la novia a la iglesia. Se suponía que la boda sería al mediodía. Mientras me preguntaba cuánto tiempo más habría que aguardar, esperaba mantener a mi hija ocupada hasta que comenzara la ceremonia.
Alivio del sol abrasador
Como vivo en Gran Bretaña, no suelo preocuparme por las quemaduras de sol. Después de todo, una espesa nube lo bloquea con frecuencia. Sin embargo, hace poco, pasé unos días en España y, rápidamente, me di cuenta de que, con mi piel blanca, solo podía estar al sol unos diez minutos, tras lo cual necesitaba volver a refugiarme debajo de la sombrilla.
La lima de Dios
L as palabras de mi amiga fueron duras. Mientras trataba de dormir, intentaba dejar de pensar en sus comentarios sobre mis opiniones intolerantes. Acostada, le pedí a Dios sabiduría y paz. Semanas después, aún preocupada por aquel asunto, oré: «Señor, estoy dolida, pero muéstrame en qué tiene razón y qué debo cambiar».
Del lamento al festejo
«V amos a prescindir de su trabajo». Hace una década, estas palabras me dejaron tambaleando cuando la compañía para la que trabajaba eliminó mi cargo. Me sentí destruida porque, en parte, mi identidad estaba sumamente entrelazada con mi papel como editora. Hace poco, sentí una tristeza similar cuando escuché que mi labor como trabajadora independiente se terminaba. Pero, esta vez, no sentí que se me movía el piso, ya que, con el tiempo, he visto la fidelidad de Dios y su manera de transformar mi tristeza en gozo.
Comunicación verdadera
Mientras camino por mi barrio, en la zona norte de Londres, voy captando partes de conversaciones en muchos idiomas: polaco, japonés, hindi, croata e italiano, entre otros. Esta diversidad es como vislumbrar el cielo, aunque no puedo entender lo que dicen. Cuando entro en una cafetería rusa o en el mercado polaco y escucho distintos acentos y sonidos, suelo pensar que, seguramente, habrá sido maravilloso estar en Pentecostés, donde gente de tantas naciones podía entender lo que decían los discípulos.
Nuestro nombre nuevo
Ella decía que era la reina de las preocupaciones, pero, cuando su hijo tuvo un accidente, aprendió a escapar de ese rótulo limitante. Mientras el muchacho se recuperaba, ella se reunía todas las semanas para hablar y orar con unas amigas. Pasaron los meses y, a medida que esta mujer transformaba sus temores e inquietudes en oración, se dio cuenta de que estaba dejando de ser la reina de las preocupaciones para transformarse en una guerrera de oración. Percibió que Dios estaba dándole un nuevo nombre, y que su identidad en Cristo era cada vez más profunda gracias a la lucha de un dolor imprevisto.
Paz abundante
«No me sorprende que lideres retiros —dijo alguien en mi clase de gimnasia—. Tienes un aura positiva». Su comentario me sorprendió, pero también me agradó, ya que me di cuenta de que lo que ella veía como un «aura» en mí, yo lo consideraba la paz de Cristo. Cuando seguimos a Jesús, Él nos da una paz que supera todo entendimiento (Filipenses 4:7) y que brota de nuestro interior… aunque quizá no nos demos cuenta.
El Espíritu prometido
T enacidad y audacia; a Eliseo le sobraban. Estando con Elías, fue testigo de la obra del Señor a través del profeta, quien hizo milagros y habló la verdad en una época de mentiras.
Hacer lo correcto a los ojos de Dios
«Constructores vaqueros» es un término que muchos británicos usan para referirse a obreros que hacen trabajos de construcción de mala calidad. El término implica temor o pesar, como resultado de malas experiencias.
La niña de su ojo
Cuando el bebé de una amiga mía tuvo convulsiones, fueron rápidamente hacia el hospital en una ambulancia, mientras su corazón palpitaba a toda velocidad al orar por su hijita. Al acariciar sus deditos, su profundo amor por su hijita la conmovió y le hizo recordar cuánto más nos ama el Señor, ya que somos «la niña de su ojo».