Perfecta paz
Una amiga me dijo que, durante años, había buscado paz y felicidad. Junto a su esposo, estableció un negocio exitoso y pudo comprar una casa grande, ropa elegante y joyas costosas. Sin embargo, ni estas posesiones ni su amistad con personas influyentes pudieron satisfacer su anhelo de paz interior. Entonces, un día, cuando se sentía deprimida y desesperada, una amiga le contó la buena noticia de Jesús. Así descubrió al Príncipe de paz, y su comprensión de la paz verdadera cambió para siempre.
Vestido por Dios
Cuando mis hijos eran pequeños, jugaban en nuestro empapado jardín inglés y se llenaban de barro. Por su bien y el bien de mi suelo, les quitaba la ropa antes de entrar y los llevaba a bañar. Al agregar jabón, agua y abrazos, pronto pasaban de la suciedad a la limpieza.
El Consolador
Cuando subí al avión para ir a estudiar a una ciudad lejana, me sentí nerviosa y sola. Pero, durante el vuelo, recordé cómo Jesús les prometió a sus discípulos la presencia consoladora del Espíritu Santo.
En casa con Jesús
«No hay lugar como el hogar». Esta frase refleja un anhelo profundo de tener un lugar para descansar, para estar y al cual pertenecer. Jesús habló de este deseo de echar raíces cuando, después de haber cenado por última vez con sus amigos, mencionó su inminente muerte y resurrección. Prometió que, aunque se iría, volvería a buscarlos. Además, les prepararía un lugar… un lugar donde vivir. Un hogar.
El precio del amor
Mientras nos despedíamos de mis padres, mi hija rompió en llanto. Después de visitarnos en Inglaterra, ellos regresaban a Estados Unidos. «No quiero que se vayan», dijo ella. Comencé a consolarla, y mi esposo señaló: «Me temo que ese es el precio del amor».
¿Por qué perdonar?
Cuando una amiga me traicionó, sabía que tendría que perdonarla, pero no estaba segura de poder hacerlo. Sus palabras me hirieron profundamente, y me sentí aguijonada por el dolor y el enojo. Aunque hablamos y le dije que la perdonaba, durante mucho tiempo, cada vez que la veía, sentía puntadas de dolor, y me di cuenta de que todavía albergaba algo de resentimiento. Sin embargo, un día, Dios respondió mis oraciones y me dio la capacidad de dejar atrás todo por completo. Por fin, era libre.
Vida y muerte
Nunca voy a olvidar haber estado sentada al lado de la cama del hermano de mi amiga cuando él murió. La sensación fue de que lo extraordinario visitaba lo común y corriente. Éramos tres los que conversábamos en voz baja cuando nos dimos cuenta de que Richard empezaba a tener dificultades para respirar. Lo rodeamos, mirándolo, esperando y orando. Cuando exhaló su último aliento, fue como un momento sagrado; la presencia de Dios nos envolvió en medio de las lágrimas tras la muerte de un hombre maravilloso de poco más de 40 años de edad.
Lluvias refrescantes
Necesitaba un descanso y fui a caminar por un parque cercano. Mientras andaba por un sendero, una ráfaga de verde me llamó la atención. En medio del barro, aparecían brotes de vida que, en pocas semanas, se convertirían en alegres narcisos, anunciando la llegada de la primavera y el calor. ¡Había pasado otro invierno…!
El don de la bienvenida
L a ocasión en que invitamos a comer a familias de cinco naciones sigue siendo un recuerdo maravilloso. De alguna manera, la conversación no se dio de a dos, sino que todos participamos del debate sobre la vida en Londres, aportando perspectivas de diferentes partes del mundo. Esa noche, mi esposo y yo reflexionamos en que habíamos recibido más de lo que habíamos dado, incluida la calidez que sentimos al desarrollar amistades nuevas y aprender sobre culturas diferentes.
Te veo
«T e veo», dijo una amiga en un grupo en línea de escritores en el que nos respaldamos y animamos unos a otros. Como me sentía estresada y ansiosa, sus palabras me infundieron una sensación de paz y bienestar. Ella me «veía» —con mis esperanzas, temores, luchas y sueños— y me amaba.