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Articles by Alyson Kieda

Crecer en la gracia de Dios

El predicador inglés Charles H. Spurgeon vivió la vida «a máxima potencia». Se convirtió en pastor a los 19 años, y poco después predicaba a multitudes. Editó personalmente todos sus sermones, que llegaron a sumar 63 volúmenes, y escribió muchos comentarios y libros sobre la oración y otros temas. Habitualmente, ¡leía seis libros por semana! En uno de sus sermones, dijo: «El pecado de no hacer nada es casi el más grande de todos porque abarca la mayoría de los demás […]. ¡Holgazanería espantosa! ¡Dios nos libre de eso!».

Avivado por el fuego

Cuando dos bomberos cansados y llenos de hollín se detuvieron en un restaurante a desayunar, la camarera los reconoció por las noticias y se dio cuenta de que habían pasado la noche luchando contra un incendio en un depósito. Para mostrar su aprecio, escribió una nota en la factura: «Yo invito con el desayuno. Gracias […] por servir a otros y por correr hacia lugares de donde todos los demás escaparían […]. Avivados por el fuego e impulsados por la valentía, ¡son un gran ejemplo!».

El Dios de toda consolación

Radamenes era apenas un gatito cuando su dueño lo dejó en un refugio de animales, pensando que estaba demasiado enfermo como para recuperarse. El veterinario lo cuidó hasta que recuperó la salud, y lo adoptó. Ahora, con su presencia cálida y ronroneo tranquilo, el gato pasa sus días «consolando» a otros animales en recuperación.

En el huerto

A mi papá le gustaba cantar viejos himnos. Uno de sus preferidos era «A solas al huerto yo voy». Hace unos años, lo cantamos en su funeral. El coro era sencillo: «El conmigo está, puedo oír su voz, me asegura de su amor; tan preciosa es nuestra comunión, a solas con mi Señor». Esta canción le traía gozo a mi papá… y ahora a mí.

¡Mírame!

«¡Abuela, mírame bailar como una princesa!», exclamó alegremente mi nieta de tres años mientras corría por el patio con una gran sonrisa en el rostro. Su «baile» me hizo sonreír; y la frustrada expresión de su hermano mayor —«No está bailando, solo corre»— no le quitó la alegría de estar de vacaciones con la familia.

Enviar un SOS

Cuando su choza en una región montañosa de Alaska se incendió, el colono se quedó sin un refugio apropiado y con pocas provisiones en el estado más frío de Estados Unidos, en medio de un invierno helado. Tres semanas después, fue rescatado cuando un avión pasó y vio un gran SOS que el hombre había grabado en la nieve y ennegrecido con hollín.

Romper el ciclo

La primera golpiza que recibió David fue a manos de su padre, cuando tenía siete años de edad, después de romper accidentalmente una ventana. «Me pateó y me dio un puñetazo —dijo David—; y después, me pidió perdón. Era un alcohólico abusador, y ese es un ciclo que yo estoy haciendo todo lo posible por cortar».

Acurrucarse con el buen Libro

El pequeño país de Islandia es una nación de lectores. Los informes indican que allí se publican y se leen más libros por persona por año que en cualquier otro país. En Noche Buena, es tradición (desde la Segunda Guerra Mundial) regarles libros a familiares y amigos, y quedarse leyendo hasta entrada la noche. En la actualidad, las editoriales envían un nuevo catálogo a cada hogar a mediados de noviembre. Esta tradición se conoce como Inundación de libros en Navidad.

Respiración y brevedad

Mi mamá, mis hermanas y yo esperábamos junto a la cama de mi papá, mientras su respiración se hacía cada vez menos profunda y frecuente… hasta que cesó por completo. A mi papá le faltaban apenas unos días para cumplir 89 años cuando se deslizó tranquilo a la vida más allá, donde Dios lo esperaba. Su partida nos dejó un vacío donde él solía habitar. Sin embargo, tenemos la esperanza de que nos volveremos a reunir.

Todos necesitan un mentor

Mientras entraba en la oficina de mi nuevo supervisor, me sentía recelosa y vulnerable. Mi antiguo supervisor nos había tratado con dureza y desdén, lo que nos dejaba a menudo llorando. Ahora me preguntaba: ¿Cómo sería mi nuevo jefe? En cuanto entré, mis temores se disiparon al recibirme él con calidez y pedirme que le contara de mí y mis frustraciones. Me escuchó atentamente, y por su expresión amable y palabras agradables, supe que realmente le importaba. Era creyente en Cristo, y se convirtió en mi mentor, incentivador y amigo.