Cansado. Así se sentía Satya después de nueve meses en su nuevo trabajo. Como creyente, había procurado seguir los principios de Dios para resolver problemas y dirigir su tarea. Pero los problemas con la gente persistían y el progreso organizacional parecía ser poco. Tenía ganas de tirar la toalla.
Jaime ha estado batallando contra una enfermedad neuromotora durante más de un año, y sus músculos se están atrofiando. Ha perdido la motricidad fina y casi no puede controlar sus extremidades. No puede abrochar sus camisas ni atar sus zapatos, y usar palillos chinos se ha vuelto imposible. Ante esta situación, Jaime se pregunta: ¿Por qué Dios permite que pase esto? ¿Por qué a mí?
«¡Hola, Poh Fang! —escribió una amiga de la iglesia—. Para la reunión de este mes del grupo, hagamos que todos pongan en práctica Santiago 5:16. Generemos un entorno de confianza y sinceridad para hablar de un área difícil en nuestra vida y orar unos por otros».
Fue un simple juego divertido en el grupo de jóvenes, pero nos dejó una lección: en lugar de cambiar de prójimo, aprende a amarlo. Todos están sentados en círculo, excepto una persona en el centro, que pregunta: «¿Amas a tu prójimo?». La persona sentada puede responder de dos maneras: sí o no. Tiene que decidir si quiere cambiar al que está al lado por otro.
Hansle Parchment se encontraba en aprietos. Tomó el autobús equivocado para su semifinal en las Olimpíadas de Tokio y terminó varado con poca esperanza de llegar al estadio a tiempo. Pero, felizmente, se encontró con Trijana Stojkovic, una voluntaria que ayudaba en los juegos. Ella le dio dinero para un taxi; Parchment llegó a la semifinal a tiempo y ganó una medalla de oro. Más adelante, fue a buscar a Stojkovic y le agradeció por su bondad.
Mientras esperaba para ingresar a la universidad, Shin Yi, de 21 años, decidió dedicar tres meses de sus vacaciones para servir en una organización misionera para jóvenes. Parecía una época extraña para hacerlo, ya que las restricciones de COVID-19 impedían las reuniones presenciales. Pero Shin Yi encontró pronto la manera: «No podíamos reunirnos en las calles ni en los centros de compras o de comidas rápidas como de costumbre —compartió—, pero seguimos haciéndolo vía Zoom, para orar unos por otros, y por teléfono con los que no eran cristianos».
Antes, detestaba los lunes. A veces, cuando me bajaba del tren para ir a mi trabajo anterior, me quedaba sentada en la estación un rato, intentando demorar la llegada al edificio. Me preocupaba por cumplir los plazos y manejar los cambios de humor de un jefe temperamental.
Mientras leía en el tren, Meiling estaba ocupada resaltando frases y escribiendo notas al margen del libro. Sin embargo, una conversación entre una madre y su hija le llamó la atención. La mamá estaba corrigiendo a la niña por hacer garabatos en su libro de la biblioteca. Meiling guardó rápidamente su bolígrafo, porque no quería que la niña siguiera su ejemplo e ignorara las palabras de su madre. Sabía que no entendería la diferencia entre dañar un libro prestado y escribir notas en uno propio.
Toda clase de comidas deliciosas aguardan a los que entran en Narrow Door Cafe [Café de la puerta angosta], en la ciudad taiwanesa de Tainan. Es, literalmente, un agujero en la pared. La entrada mide apenas 40 centímetros de ancho; ¡lo suficiente para que una persona de tamaño promedio se deslice para pasar! Sin embargo, a pesar del desafío, ha atraído a multitudes.
Una escuela cristiana para niños autistas recibió una gran donación de una empresa. Después de verificar que no incluía restricciones, se aceptó el dinero. Pero luego, la empresa pidió tener representación en el consejo, y la directora lo devolvió. Rehusó que se comprometieran los valores del colegio. Dijo: «Es más importante hacer la obra de Dios a la manera de Dios».