La esposa de un amigo, una maestra costurera, hizo un plan amoroso antes de morir de una larga enfermedad. Donó todo su equipo de costura al gremio de costureros de nuestra ciudad: máquinas de coser, mesas para cortar y más, para dar clases a inmigrantes recién llegados. «Seis mujeres vinieron a buscar todo —nos dijo el esposo—. Sus alumnas trabajan duro y están ansiosas por aprender».
Los diez años de drogadicción de Meggie la tuvieron entrando y saliendo de la cárcel. Sin un cambio de vida, volvería pronto. Entonces, conoció a Hans, un exdrogadicto que casi perdió la mano por cortarse una vena al inyectarse. «Esa fue la primera vez que clamé a Dios», dijo Hans. La respuesta de Dios lo preparó para ser especialista en una organización que coordina la recuperación de adictos presos.
En un gélido día de noviembre, nuestra iglesia esperaba llenar doscientas mochilas para los sin techo. Mientras revisaba los artículos donados, oraba para encontrar guantes, gorros, calcetines y mantas nuevos. También se compartirían alimentos. Entonces, un artículo me sorprendió: toallitas. Alguien se había acordado de ayudar a nuestros destinatarios a sentirse limpios también.
Dos niños de ocho años, en Maine, un estado rural estadounidense, se hicieron famosos por vestir trajes para ir a la escuela los miércoles. Pronto, los «Miércoles elegantes» se volvieron días especiales cuando compañeros de clase y personal de la escuela hicieron lo mismo. James, quien lanzó la idea, dijo: «Hacía que mi corazón se sintiera realmente bien». Su vestimenta destacaba con orgullo a los niños en su escuela.
Dos niños de ocho años, en Maine, un estado rural estadounidense, se hicieron famosos por vestir trajes para ir a la escuela los miércoles. Pronto, los «Miércoles elegantes» se volvieron días especiales cuando compañeros de clase y personal de la escuela hicieron lo mismo. James, quien lanzó la idea, dijo: «Hacía que mi corazón se sintiera realmente bien». Su vestimenta destacaba con orgullo a los niños en su escuela.
Nancy le temía al futuro. Su esposo se había desmayado tres veces durante una caminata en una zona rural, pero los médicos de un pequeño hospital cercano no habían encontrado nada mal. En un centro médico más grande, tras estudios adicionales, tampoco encontraron nada. «Tenía mucho miedo», declaró Nancy, así que, cuando dieron de alta a su esposo, le preguntó por última vez al cardiólogo: «¿Qué hacemos ahora?». Las sabias palabras que le respondió, para nada superficiales, cambiaron para siempre su perspectiva: «Vayan y vivan su vida».
¿Ganarían discutiendo? «Jamás», advirtió un líder a los residentes de un pequeño pueblo donde una batalla campal entre los ambientalistas y los dueños de pequeñas empresas desencadenó las «Guerras de las Adirondack». Luchaban por mantener la inmaculada tierra salvaje en el norte del estado de Nueva York o impulsar su desarrollo.
En la boda de Mercedes, su madre leyó un pasaje hermoso de 1 Corintios. El capítulo 13, «el capítulo del amor», sonaba perfecto para la ocasión: «El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece» (v. 4). Mientras escuchaba, me pregunté si las parejas modernas sabían qué impulsó al apóstol a escribir estas palabras conmovedoras. Pablo no estaba escribiendo un poema de amor, sino un ruego a una iglesia dividida para que sanara sus profundas grietas.
Aunque lograron que los humanos vuelen, la travesía de los dos hermanos Wright no fue fácil. A pesar de los innumerables fracasos, ridiculizaciones, problemas de dinero y una lesión grave de uno de ellos, las pruebas que enfrentaron no los detuvieron. Orville Wright señaló: «Ningún ave se eleva en la calma». Según el biógrafo David McCullough, la idea es que la adversidad puede «ser a menudo lo que uno necesita para volar más alto». Y agregó: «Su alegría no era llegar a la cima de la montaña, sino escalarla».
Mis nietos miraban mi anuario de la escuela secundaria y se maravillaban de los cortes de cabello, la ropa fuera de moda y los autos «antiguos» en las fotos. Yo vi algo diferente: sonrisas de compañeros de hace tiempo, algunos todavía amigos. Pero, más que eso, vi el poder protector de Dios. Su presencia y su bondad me rodearon y cuidaron en una escuela donde luché para adaptarme; bondad que concede a todos los que lo buscan.