Se necesita un milagro de la gracia de Dios para quebrantar nuestro orgullo y autosuficiencia.
Uno que estaba muy cerca… y a la vez muy lejos
Es posible estar cerca de Cristo y, al mismo tiempo, muy lejos. Encontramos una ilustración de esta verdad en los doce apóstoles. Ellos tuvieron la oportunidad más obvia de tener una relación personal con Él. Sin embargo, en ese círculo íntimo había uno, probablemente el que disfrutaba de la mayor confianza de parte del grupo (puesto que administraba el dinero), que nunca tuvo realmente la clase de conexión personal a la que nos referimos. Judas sabía mucho de Jesús. Conocía los hábitos del Maestro lo suficiente como para conducir a sus aprehensores a su lugar de reunión en un huerto. Conocía tan bien a Cristo como para traicionarlo, saludándolo con un beso. Pero no lo conocía como Salvador y Señor.
A pesar de lo mucho que confiaban en él, el «tesorero» nunca tuvo la clase de relación personal y Cristocéntrica con Dios que hoy tenemos disponible. Es un ejemplo perturbador de la clase de persona de la que habló Jesús cuando dijo:
Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición […] Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí, apartaos de mí, hacedores de maldad (Mateo 7:13,22,23).
Asegurémonos de no terminar como alguien que asumió que saber de Cristo era conocerlo personalmente.
Personalízala
Alguien ha dicho: “Saber que Cristo murió es historia. Creer que murió por mí es salvación”. La relación personal con Cristo comienza en el momento de nuestra salvación. Jesús se refirió a este acontecimiento como un nuevo nacimiento (Juan 3:3). Solo cuando nacemos espiritualmente en la familia de Dios nos convertimos en sus hijos, sus amigos, sus siervos y miembros de su reino espiritual.
Aunque puede que no sepamos exactamente cuándo comienza esta nueva vida, podemos entender los pasos que necesitamos dar para empezar esa relación.
PRIMER PASO: Necesitamos admitir nuestra condición perdida.
Todos nacemos de padres que forman parte de una humanidad caída. Venimos a este mundo separados de la vida de Dios y absortos en el interés de encontrar satisfacción, significado e independencia personal en nuestros propios términos. No mostramos un deseo natural del Dios que nos hizo para Sí (Romanos 3:11,12).
Aunque puede que tengamos un buen concepto de nosotros mismos (siempre que nos midamos por nosotros mismos), Jesucristo nos mostró nuestro pecado. Él es quien nos enseñó lo que significa tener una relación personal con Dios. Es también aquel que dijo que no vino a este mundo a ayudar a las personas buenas, sino “a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).
La Biblia dice que todos venimos a este mundo vivos físicamente pero muertos espiritualmente, perdiéndonos de la calidad de vida para la cual Dios nos hizo. El apóstol Pablo escribió: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23); “… No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10); y “Porque la paga del pecado es muerte…” (Romanos 6:23).
SEGUNDO PASO: Necesitamos saber lo que Dios ha hecho por nosotros.
La palabra evangelio significa “buenas nuevas”. El evangelio de Cristo es que Dios mismo nos amó lo suficiente como para enviar a su propio Hijo a este mundo a rescatarnos de nosotros mismos y de nuestro pecado (Juan 1:1-4; 3:16).
Las buenas nuevas son que Jesús vivió la calidad de vida que Dios quería que nosotros viviésemos.
Sin falta, amó a su Padre celestial con todo su corazón, alma y mente. Sin falla, nos mostró lo que significa amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Luego, para resolver el problema de la pérdida de nuestra relación con su Padre, Jesús murió en nuestro lugar, ofreciéndose a Sí mismo como sacrificio perfecto para pagar el precio del pecado. Puesto que era, no solo hombre sino también Dios, nuestro Creador (Juan 1:1-14), su muerte tuvo un valor infinito. Cuando resucitó de entre los muertos demostró que había muerto en lugar nuestro para pagar el precio de todo pecado: pasado, presente y futuro. Con un sacrificio pagó por el menor y también por el peor de nuestros pecados.
TERCER PASO: Necesitamos creer y recibir personalmente el regalo de Dios.
Aunque todos hemos ganado la paga de la muerte espiritual y la separación de Dios (Romanos 6:23), nadie puede ganarse una relación con Dios. Es un regalo de su amor y misericordia, no una recompensa por nuestro esfuerzo. Nadie se salva tratando de ser bueno. Somos salvos confiando en Cristo.
Es por esto que el apóstol Pablo pudo escribir: “Porque por gracia [favor inmerecido] sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8,9; véanse también Romanos 4:5; Tito 3:5)
Esto puede sonar demasiado simple. Pero se necesita un milagro de la gracia de Dios para quebrantar nuestro orgullo y autosuficiencia. Se necesita el Espíritu de Dios para llevarnos a esa clase de relación personal. Si este es tu deseo, así es como tú puedes empezar.
Las palabras exactas que decimos a Dios para recibir este regalo pueden variar (Lucas 18:13; 23:42,43). Lo importante es que creamos a Dios lo suficiente como para poder decir: “Padre, sé que he pecado contra Ti. Creo que Jesús es tu Hijo, que murió por mis pecados, y que resucitó de entre los muertos para probarlo. Ahora acepto tu oferta de vida eterna. Acepto a Jesús como tu regalo para mi salvación”.
Si esa es la expresión honesta de tu corazón, ¡bienvenido a la familia de Dios! Mediante la fe simple y como la de un niño has entrado en una relación personal con Aquel que te creó y te salvó para Sí.
-Fin de la serie-
Extrato do libreto – “El valor el estres” de la serie Tiempo de Buscar de Ministerios Nuestro Pan Diario.