La Biblia muestra que la madurez no se produce de la noche a la mañana. Requiere tiempo, con Dios y en su Palabra.
¿Quién podría dudar de la relación personal entre los padres y un bebé recién nacido que se halla en la sala del hospital? No obstante, una relación unilateral padre-niño proporciona un importante contrapeso a mucho de lo que hemos dicho hasta ahora. En páginas anteriores, hemos hecho hincapié en la naturaleza mutua de esta relación. Ahora, necesitamos ver la otra cara de esa verdad.
De la misma manera en que algunos bebés no crecen ni progresan, muchos hijos de Dios siguen el mismo patrón. A veces, el crecimiento empieza y luego se detiene. Aunque el mismo Dios se compromete a llevarnos a la madurez, muchas veces nos permite permanecer infantiles en nuestras actitudes y conocimiento de Él.
El apóstol Pablo abordó el tema de la inmadurez y falta de crecimiento cuando escribió:
De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? (1 Corintios 3:1-3).
Espera un proceso.
Para alcanzar la madurez se necesitan cantidades iguales de diligencia y paciencia. Alcanzar la madurez toma tiempo. También requiere un sentido de equilibrio.
Por un lado, nunca debemos conformarnos con el nivel de nuestra relación y conocimiento de Dios. Si lo hacemos, nos estancaremos, nos amargaremos y retrocederemos. Por otro lado, debemos ser muy pacientes con nosotros mismos y no esperar más de lo que Dios espera de nosotros. La Biblia muestra que esta madurez no se produce de la noche a la mañana. Requiere tiempo: tiempo con Dios y en su Palabra. Por eso, Pedro escribió: “Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor” (1 Pedro 2:2,3).
Santiago sostuvo también la naturaleza progresiva de esa relación con Dios al escribir:
Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna (1:2-4).
No aceleres el proceso. Pero tampoco dejes que se detenga. Sigue alimentándote de la Palabra de Dios incluso mientras te permite mostrar tu debilidad en las diferentes etapas, pruebas y aflicciones de la vida. No esperes perfección. Fallaremos. Conténtate con el hecho de que estás aprendiendo y creciendo. No seas como el dueño de la casa que plantó una tomatera y la desenterró dos semanas más tarde porque todavía no había dado tomates.
Espera cambios.
Debido a la naturaleza misma de la vida espiritual, nuestra relación con el Señor cambiará. Cambiará porque a medida que avanzamos siempre encontraremos más: más conocimiento y experiencia de Dios que nos llevarán al extremo, ensancharán nuestros corazones y nos harán personas mejores.
Sin embargo, nuestra relación con Dios también puede empeorar si comenzamos a deslizarnos y a apoyarnos en experiencias pasadas con Él. Debemos esperar cambios porque nuestra relación con Él es por naturaleza un tema de disputa. Nuestro adversario, el diablo, no quedará satisfecho hasta que nos neutralice y caigamos en un coma espiritual (Efesios 6:10-l3).
Aun cuando nuestra relación personal con Dios nunca puede perderse, las características de esa relación cambiarán. Nosotros cambiaremos. Podemos contar con eso. Nuestro corazón se volverá más cálido o más frío. Nuestro carácter se hará más profundo o más débil. Nuestras conversaciones con Dios serán más íntimas o menos significativas y menos frecuentes.
Acepta que no todo será completo.
Refiriéndose a nuestra incompleta relación con Dios, Pablo dijo:
Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará. Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor (1 Corintios 13:9,10,12,13).
Esa es la realidad que hemos de enfrentar. Nuestro conocimiento y nuestra experiencia son incompletos. Es como si mirásemos el rostro de Dios a través de un cristal empañado. En aquel día, será cara a cara. Mientras tanto, tenemos órdenes que cumplir. Debemos aceptar nuestra imperfección, confiar en Dios y basar nuestra esperanza en su inminente regreso. Hemos de amar a Dios y a su imperfecta familia de todo corazón. No podemos darnos el lujo de exigirnos perfección. Tampoco debemos exigirla a los demás. La santidad y el crecimiento que Dios busca se verá en nuestro quebrantamiento y humildad, no en nuestra perfección espiritual.
No esperes el cielo en la tierra.
No solo es importante darnos tiempo para crecer en el Señor, sino que es esencial darle tiempo a Dios para que se muestre absolutamente fiel y capaz de proporcionarnos toda la satisfacción que deseamos. Pero no esperes en esta vida lo que Él ha prometido terminar en la eternidad. Los cristianos somos personas de eternidad. No hay límites de tiempo en nuestro futuro. No somos como el atleta profesional que tiene que lograr sus metas y ganar dinero y fama antes de que termine su etapa competitiva.
El tener una relación con Dios no significa que vamos a obtener todo lo que deseamos en la vida.
El tener una relación con Dios no significa que vamos a obtener todo lo que deseamos en la vida. No es la llave del éxito financiero, de la buena salud ni de una larga vida. Sin embargo, es la manera de cultivar cada vez más en nuestro interior el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre y el dominio propio (Gálatas 5:22-23). Es el medio de encontrar la relación, el propósito, la misión, la seguridad y la esperanza máximos en esta vida.
Todo lo que nos queda es confiar en Cristo en aquello que ahora no podemos ver ni tener. Hemos de creer en las palabras de Jesús a sus discípulos cuando dijo:
No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis (Juan 14:1-3).
Esa es nuestra esperanza.
No deberíamos esperar que el Señor nos dé todo lo que anhelamos ahora. Aunque Él ha prometido suplir las necesidades de todos los que le siguen, también se reserva el derecho de determinar lo que necesitamos ahora y lo que podremos disfrutar todavía más si lo recibimos más tarde.
3F. UNA RELACIÓN COMPARTIDA
Todos nos acercamos a Dios individualmente. En cierta forma, vamos solos. El establecer o no una relación personal con Dios es una decisión personal, una elección. Nadie puede tomar esa decisión por nosotros. Pero la cosa no acaba ahí. Una vez nos acercamos a Dios, nos unimos a Él y nos convertimos en un miembro de su familia.
Los que aman a Dios se aman mutuamente.
Es imposible tener una relación personal con Dios sin tener también relaciones Cristocéntricas con otras personas. Nuestro ejemplo es el amor de Cristo expresado en la cruz. Cristo nos mostró que estar cerca del Padre significa compartir el amor del Padre por los demás (1 Juan 4:7-11). Cuando conozca al Señor, también voy a ser confrontado con un Dios que ama celosamente a los que están a mi alrededor: mi familia, mis amigos, mis vecinos, mis compañeros de trabajo, mis conocidos e incluso mis enemigos.
Esa es la clase de actitud que Pablo exhortó a los cristianos de Tesalónica que tuviesen. Después de afirmar la realidad y la evidencia de su relación con Dios (1 Tesalonicenses 1:1-7), prosiguió diciendo:
Pero acerca del amor fraternal no tenéis necesidad de que os escriba, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios que os améis los unos a otros; y también lo hacéis así con todos los hermanos que están por toda Macedonia. Pero os rogamos, hermanos, que abundéis en ello más y más (1 Tesalonicenses 4:9,10).
Puede que nos guste vivir aislados, pero no podemos hacerlo si queremos crecer en nuestra relación con Dios. Conocer a Dios no significa solamente saber cosas de Él; significa entrar en Él: en sus pensamientos, en su corazón, en su amor sacrificatorio.
El apóstol Pablo escribió:
Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor (1 Juan 4:7,8).
Hay una dependencia mutua entre los que aman a Dios.
En Efesios 4, Pablo expresó claramente que nuestra relación vertical con Dios va acompañada de muchas relaciones horizontales. Ese pasaje de la Escritura retrata a cada hijo de Dios como miembro del cuerpo de Cristo. Cada parte tiene una función. De la misma forma en que el ojo, el oído, la boca y los pies desempeñan distintas funciones en nuestro cuerpo, así todo creyente desempeña un papel diferente en la Iglesia, el cuerpo de Cristo. Cuando cada parte contribuye lo suyo, todo el cuerpo se beneficia (véanse 1 Corintios 12 y Romanos 12).
Aunque hemos recibido una salvación completa en Cristo, hay otro aspecto en el que no estamos completos si no nos relacionamos y nos servimos mutuamente. Nos necesitamos unos a otros de la misma forma que la boca necesita al ojo y el ojo a la mano. Esta es la obra externa de nuestra salvación. Podríamos pensar que somos espíritus independientes que no necesitamos a nadie para nada, pero pronto descartaremos esa idea a medida que crezcamos en nuestro conocimiento de Dios.
Los que aman a Dios se someten mutuamente.
En Efesios 5:21, Pablo dice que hemos de someternos unos a otros en el temor de Dios. En el consejo siguiente, sus palabras son muy específicas. Nos dice que:
• Las esposas han de servir a sus maridos como un medio de servir al Señor (5:22).
• Los maridos deben renunciar por amor a sus propios intereses en favor de sus esposas como Cristo renunció por amor a sus intereses en beneficio de la Iglesia (5:25-28).
• Los hijos han de obedecer a sus padres en el Señor (6:1).
• Los siervos han de ser obedientes a sus amos como medio de servir al Señor (6:5,7).
• Los amos han de mostrar consideración a sus siervos por consideración al Señor (6:9). El mensaje es muy claro. Conocer a Dios y su amor significa que vamos a servir a otros en amor y sumisión (Efesios 3:14-21). Cuando confiemos en Dios y obedientemente sirvamos a los demás, descubriremos en lo más profundo de nuestro corazón la rectitud, la sabiduría y el poder del amor de Cristo.
Cuando confiemos en Dios y obedientemente sirvamos a los demás, descubriremos en lo más profundo de nuestro corazón la rectitud, la sabiduría y el poder del amor de Cristo.
Encauzar obedientemente el amor de Dios por los demás nos permite comenzar a experimentar el significado de la oración de Pablo en Efesios 3:14-19.
Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.
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