El apóstol Pablo comprendió la necesidad de tener una relación con Dios Cristocéntrica.

Una relación personal con Dios tiene muchas de las mismas características que distinguen una relación personal entre dos amigos. Estos factores incluyen cierto grado de:

Reconocimiento mutuo: cada uno conoce al otro.

Apertura mutua: cada uno puede acercarse al otro.

Intereses mutuos: cada uno comparte con el otro.

Respeto mutuo: cada uno honra al otro. Una relación personal significa más que saber de o acerca de alguien. Podríamos decir que conocemos al presidente de nuestro país. Pero, si el presidente no puede reconocernos en una multitud,  si no tenemos acceso a él, o si nunca hemos compartido nuestros pensamientos, sentimientos ni decisiones, estamos hablando de una amistad que en realidad no existe.

Una relación con Dios es similar. Si nuestra amistad es verdadera, vamos a darle la bienvenida a Dios en nuestras vidas. Nuestras acciones mostrarán que creemos que Él es la clase de persona que deseamos en nuestros hogares, en nuestros planes, en nuestras alegrías y en nuestras penas.

Una relación con Dios es más, pero no menos, que cualquier otra relación. 

Teniendo en cuenta esas posibilidades, examinemos más de cerca las características de una relación personal con Dios

UNA RELACIÓN ESPIRITUAL

Hay quienes afirman haber visto a Dios, haberlo escuchado audiblemente, y haber sentido que los tocaba físicamente. Esas experiencias son posibles. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento se caracterizan por ese tipo de encuentros milagrosos que cambiaron la vida de algunos (Isaías 6:1-8). Dios ha mostrado, a través de la Biblia, que es libre de revelarse a Sí mismo como Él quiera.

Sin embargo, esos encuentros sobrenaturales fueron la excepción y no la regla. Aunque profetas como Isaías, Moisés y Ezequiel tuvieron visiones de Dios que cambiaron sus vidas, no se pasaron el resto de su existencia enseñando a otros a tener experiencias similares.

En cierta forma, sería bueno creer que una relación con Dios significa ver el rayo de luz que aparece en la imagen de la portada de este librito. Pero, como regla general, la verdad es mucho menos dramática.

Conocer a Dios no significa que hemos de verle visiblemente. No necesitamos esperar ver visiones ni tener sueños que transformen nuestra existencia. Podemos tener un encuentro con Dios con los ojos de nuestro entendimiento. Puesto que Dios es el Espíritu todopoderoso y omnipresente, se puede revelar a un nivel más profundo que el de nuestros sentidos físicos.

El Dios que hizo el mundo es más que capaz de revelar la verdad acerca de Sí mismo a cualquiera que desee conocerla para ponerla en práctica (Juan 7:17; Efesios 1:17-18). También puede ocultar la luz a aquellos que están más interesados en evitar la verdad que en encontrarla.

Escuchar a Dios no significa que tengamos que oírle audiblemente. Hay veces, cuando podríamos desear que Dios rompiese el silencio y susurrase algo en nuestros oídos. En cualquier caso, no es necesario que haga eso. Si solo escuchamos silencio, es el impuesto por nosotros mismos.

Para los que quieren oír, a Dios se le puede escuchar constantemente a través de la sabiduría eterna de su Libro. Allí y a través de la naturaleza (Salmo 19:1-11), Él siempre nos está hablando.

Nuestro problema generalmente no es que Dios no hable, sino más bien que no queremos escuchar lo que Él ya ha dicho.

Por esa razón, tenemos que tomar muy en serio las palabras del autor del libro de Hebreos, quien escribió: «Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la provocación…» (Hebreos 3:7-8). Nuestra oportunidad de escucharle en cada página de la Biblia es un privilegio que conlleva un alto grado de responsabilidad.

El Dios que hizo el mundo puede ser visto y oído fácilmente por aquellos que honestamente desean conocerle.

Estar cerca de Dios no tiene que ver con la ubicación. Es común pensar que hemos de asistir a la iglesia para encontrarnos con Dios. Eso tiene sentido. Nos encontramos con los amigos en lugares y a horas determinadas. No obstante, aunque Dios usa cultos y locales específicos, no está limitado a ellos. Promete encontrarse con nosotros en lugares del corazón. Desea que hagamos de nuestros corazones Su hogar.

Santiago reconoció esto cuando dijo: «Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros» (Santiago 4:8). No dice nada de hacia dónde ir. No nos dice que vayamos a la montaña más alta de nuestra región, ni al santuario del templo más solitario. Más bien, Santiago nos dice que nos humillemos ante el Señor (4:10). Nos da razones para creer que, dondequiera que lo hagamos, allí estará el Señor con nosotros.

David, compositor de canciones, rey y hombre con un corazón «conforme a Dios», nos muestra por qué es así. Profundamente humillado por la constante e inevitable presencia de Dios (Salmo 139:1-6), oró:

¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tu; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás.

Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí. Aun las tinieblas no encubren de ti […] Despierto, y aún estoy contigo.

(Salmo 139:7, 8, 11, 12 y 18).

La cercanía de Dios no es asunto de ubicación, sino de si tenemos lugar en nuestros corazones para Él.

Dios se encuentra a la corta distancia de un corazón humillado.

Conocer a Dios no es asunto de saberlo todo acerca de Él. Esta podría ser la declaración más modesta de todas. Solo la persona más arrogante afirmaría haber entendido completamente a Dios. Conocer al Señor no es ser un perito en Dios. En el mejor de los casos, podemos exclamar junto con el apóstol Pablo:

¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? (Romanos 11:33-34).

Dadas las limitaciones de esta vida, nuestras mentes apenas pueden comenzar a asir el significado de las palabras que describen a Dios, tales como: eterno, infinito, todopoderoso, omnisciente y omnipresente. No obstante, puesto que Él ha hecho que sea posible conocerle, podemos empezar un proceso de descubrimiento que no tendrá fin.

Podemos conocer a Dios porque Él ha venido a nosotros, en nuestros términos, para invitarnos a Sí, en sus términos. Según testigos oculares de los Evangelios del Nuevo Testamento, Dios se nos reveló en una persona que caminaba sobre el agua, controlaba los cielos, sanaba manos secas, restauraba la visión y curaba llagas sangrantes. Alimentó a miles con una pequeña cantidad de comida, echaba fuera demonios, resucitaba muertos, amaba profundamente y enseñaba con sabiduría.

Los que se encuentren con Dios ahora tendrán toda la eternidad para conocerle.

Viviendo una vida sin pecado, cumplió las predicciones del Antiguo Testamento, afirmó ser el Mesías prometido, y sacrificó su propia vida para obtener el perdón de pecados para todos los que confiasen en Él. Fue esta persona, conocida desde entonces como Jesús el Mesías, quien dijo: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Juan 14:9).

Por tanto, según la Biblia, una relación personal con Dios no es solo espiritual, sino que también es una relación Cristocéntrica.

 

UNA RELACIÓN CRISTOCÉNTRICA

Los mediadores desempeñan a menudo un papel importante en la resolución de disputas familiares, laborales y legales. Cuando las personas se irritan, se pierde la perspectiva, se detiene la comunicación y se da paso a la testarudez. En esos casos, un árbitro puede muchas veces aportar una perspectiva fresca y un plan de resolución.

El mediador máximo es Cristo. En ningún otro caso se necesita más un intermediario que al tratar de resolver el conflicto y la separación que existe entre el hombre y Dios. Nuestro pecado personal ha abierto un abismo tan profundo y ancho que es imposible que uno de nosotros pueda tener acceso a Dios por nuestra propia cuenta. Sin un mediador, nunca podremos superar la alienación del afecto y la interrupción de la comunicación que se ha producido entre nosotros.

Dios es, en cierta forma, como el padre (o la madre) que observa a su hijo fugitivo meterse en tantos problemas con la justicia como para perder toda esperanza.

Por más que el padre quiera abrazar al hijo y llevarlo de nuevo a casa, no puede. La ley tiene que cumplirse. Ha de hacerse justicia. Se ha contraído una deuda con la sociedad que debe pagarse y hay que hacer cumplir la ley. Para satisfacer esa necesidad, Cristo vino como mediador y pacificador entre nosotros y Dios (1 Timoteo 2:5).

No hay palabras para describir justamente la importancia del papel de mediador de Cristo. Sin su intervención a favor nuestro, nunca podríamos resolver nuestras diferencias con Dios (Juan 14:6). Sin el apremio de su amante Espíritu, nunca querríamos hacerlo. Jesús merece nuestro agradecimiento, admiración y afecto eternos. Cuando canceló nuestra deuda con la ley absorbiendo nuestro castigo, demostró ser un amigo sin igual. Cuando se levantó de entre los muertos para ser vida y ayuda a todos los que confiaran en Él, nos dio el fundamento de una esperanza imperecedera. Cuando subió a la diestra del Padre a interceder por nosotros y a ser nuestro abogado personal, aseguró que nos daría lo que nunca podría ofrecer la mera religión o un sistema de creencias. Él se ha dado a Sí mismo para ser la solución de nuestros problemas diarios, para revelarnos a Dios, y para guiarnos a una relación personal con su Padre.

El cristianismo es Cristo. Como bien lo señala W. H. Griffith Thomas en su libro en inglés del mismo título, este es el verdadero corazón de la fe cristiana. No hemos sido llamados a un sistema de leyes, tradiciones ni ideas inspiradoras. No hemos sido llamados a la Iglesia, ni a una causa moral, ni a una regla de oro de amor cristiano. Ni siquiera hemos sido llamados a la Biblia. Hemos sido llamados a Cristo, la Persona mediadora de quien habla toda la Biblia.

El apóstol Pablo comprendió la necesidad de tener una relación con Dios Cristocéntrica. En 1 Corintios 1:1-9 expresó claramente que no estaba promoviendo un sistema de ideas. Estaba hablando de una relación con Dios basada en:

Cristo, a quien servimos (v. 1).

Cristo, quien santifica a los cristianos (v. 2).

Cristo, cuyo nombre invocan los cristianos (v. 2).

Cristo, nuestro Señor (v. 2).

Cristo, quien nos da gracia y paz (v. 3).

Cristo, quien nos trajo la gracia de Dios (v. 4).

Cristo, quien nos ha enriquecido en todas las cosas (v. 5).

Cristo, quien ha sido confirmado por la experiencia (v. 6).

Cristo, a quien esperamos ansiosamente (v. 7).

Cristo, quien nos preservará hasta el fin (v. 8).

Cristo, cuyo día vendrá (v. 8).

Cristo, con quien Dios nos ha unido (v. 9).

La obsesión de Pablo no era un sistema nuevo de pensamiento, una ética, una enseñanza, una forma de organización eclesiástica ni un nuevo programa. Era la Persona que había llegado a conocer como mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo  2:5). Era la Persona que, no solo murió para pagar por los pecados de Pablo (1 Corintios 15:3), sino la que también, a través de su Espíritu, estaba viviendo su vida a través de Pablo (Gálatas 2:20) y era su vida misma (Filipenses 1:21).

Recibir a Cristo es iniciar la santidad. Apreciar a Cristo es avanzar en la santidad. Pero tener a Cristo siempre presente sería la santidad completa. —J. Hudson Taylor

¿Somos nosotros así de Cristocéntricos? ¿Nos damos cuenta de que el verdadero cristianismo se encuentra en la Persona viviente y la personalidad del Cristo resucitado? ¿Hemos aprendido que Cristo es y debe ser el centro de una relación personal con Dios? ¿Nos damos cuenta de que, adondequiera que miremos, allí está Cristo?

Si miramos atrás, Cristo es nuestro Creador (Colosenses 1:16)

Si miramos hacia el futuro, Cristo es nuestro Juez (2 Corintios 5:10).

Si miramos hacia arriba, Cristo es Salvador y Señor (Filipenses 2:5-11).

Si miramos hacia abajo, Cristo es nuestro sustentador (Colosenses 1:17).

Si miramos hacia la derecha, Cristo es nuestro Maestro (Mateo 23:8).

Si miramos hacia la izquierda, Cristo es nuestro Abogado (1 Juan 2:1).

Si miramos adentro, Cristo es nuestra vida (Gálatas 2:20).

Sin duda, una relación personal con Dios debe ser Cristocéntrica. Solo Cristo nos puede llevar a Dios, limpiarnos de la constante contaminación del mundo y ser nuestra Fuente de vida y ayuda en todo tiempo.

Es Cristo, la Palabra viva, quien revela, define y expresa la personalidad del Padre y quien debería estar continuamente en nuestros pensamientos como Señor y Vida. Es Él quien, por su Espíritu, está constantemente presente en todos y con todos los que han depositado su fe en Él (Mateo 28:19-20).

 

Extrato do libreto – “El valor el estres”  de la serie Tiempo de Buscar de Ministerios Nuestro Pan Diario.