Escrito por Patricia Raybon

Juan 19:26-27 dice: «Jesús… dijo a su madre: —Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: —Ahí tienes a tu madre.»

Cuando mi padre falleció poco después del cuadragésimo aniversario del matrimonio de mis padres, mi madre se sintió profundamente afligida, pero también preocupada. ¿Quién pagaría las cuentas? ¿Tendría suficiente dinero? ¿Y si la casa necesitaba reparaciones? Pronto se dio cuenta de que su preocupación era innecesaria. Mi padre había organizado con mucho esmero, años atrás, todas sus necesidades económicas después de su muerte. Mi hermana y yo nos comprometimos a ayudar a nuestra madre con cualquier otra necesidad.

Cuidar de la familia de esta manera adquiere un significado especial en algunas de las últimas palabras de Jesús. A pesar de estar colgado de la cruz, Jesús miró a su madre, María, y a su discípulo amado, Juan. Luego pronunció estas conmovedoras palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, y a Juan: “Ahí tienes a tu madre” (Juan 19:26-27).

Esas son palabras de amor extraordinarias pronunciadas en un momento de dolor intenso. En la cultura judía, un hijo moribundo encomendaba el cuidado de su madre a un hermano varón, como, en el caso de Jesús, sus hermanos (véase Mateo 13:55), porque el esposo de María, José, probablemente ya había muerto. Pero los hermanos de Jesús aún no lo habían aceptado como el Cristo, es decir, el Mesías.

Jesús, preocupado por el bienestar de María, designó a su discípulo Juan como su cuidador. “Desde entonces, el discípulo la recibió en su casa” (Juan 19:27). Lo que Cristo hizo refleja el hecho de que todos los creyentes somos miembros de una nueva familia en Dios, estableciendo nuestro vínculo de cuidado al pie de la cruz.

¿Cómo te preocupas por los demás? ¿Qué significa para ti considerar a los creyentes como una familia?