¿Dónde estabas?
En el siglo xviii, el misionero Egerton Ryerson Young trabajó en Canadá entre la tribu Salteaux. El cacique le agradeció por haberles llevado la buena noticia de Cristo, señalando que la había escuchado por primera vez ya siendo anciano. Como sabía que Dios era el Padre celestial de Young, el cacique preguntó: «¿Eso significa que ahora Él es mi Padre también?». Cuando el misionero respondió que sí, todos los que los rodeaban estallaron en gritos de alegría.
Maravilla navideña
Cuando terminé de cursar el primer semestre en el seminario, nos dieron pasajes en avión para toda la familia para ir a casa en Navidad. La noche antes del vuelo, nos dimos cuenta de que teníamos menos de 20 dólares para el viaje. Sin duda, el estacionamiento, el transporte y otros gastos costarían más que eso. Descorazonados, decidimos orar. Aunque nuestros hijos eran pequeños (seis y dos años), los incluimos en el momento de oración.
Esperanza para escépticos
Como capellán de una empresa, tengo el privilegio de conversar con muchas personas de diferentes trasfondos. Algunas son escépticas en cuanto a la fe cristiana. He descubierto tres obstáculos que les impiden confiar en Cristo como Salvador.
Sobre ayudar a otros
Cuando las tormentas de nieve sepultan las tierras de pastoreo, los hacendados son quienes se ocupan de alimentar a sus animales. Mientras esparcen el heno, los animales más fuertes se abren paso hacia el frente. Los tímidos o enfermos consiguen comer poco o nada, a menos que él intervenga.
Saltar la pared
El sargento Richard Kirkland fue un soldado confederado durante la Guerra Civil en los Estados Unidos (1861-1865). Cuando el fracaso del ejército de la Unión durante la Batalla de Fredericksburg dejó abandonados a los soldados en tierra de nadie, Kirkland consiguió permiso para socorrerlos. Con varias cantimploras, saltó la pared de piedra y se inclinó para ayudar al primer soldado. Corriendo gran riesgo, el «Ángel de Marye’s Heights» extendió la misericordia de Cristo a soldados enemigos.
Sueños de la niñez
Hace años, les pedí a alumnos de quinto grado que prepararan una lista con las preguntas que le harían a Jesús si se presentara personalmente la semana siguiente. También le pedí lo mismo a un grupo de adultos. Los resultados fueron sorprendentemente diferentes. Las preguntas de los niños eran desde encantadoras hasta conmovedoras: «En el cielo, ¿tendré que estar sentado, vestido con una túnica y cantando todo el día?, ¿mi mascota irá al cielo?, ¿las ballenas estaban dentro o fuera del arca?, ¿cómo le va a mi abuelo ahí arriba contigo?». Casi todas sus preguntas no dudaban de la existencia del cielo o de que Dios obra en forma sobrenatural.
El regalo de la presencia
Hace varios años, cuando empecé a trabajar como gerente de recursos humanos de una empresa, asistí al funeral de un empleado de larga data al que nunca había conocido. Los compañeros de trabajo de este albañil lo querían mucho; sin embargo, solo unos pocos fueron a ver a la viuda. Escuché que alguien trataba de consolarla diciendo que muchas personas no se acercan porque tienen miedo de decir o hacer algo que entristezca más a los familiares.
Un lugar difícil
Cuando un repentino cambio en la tecnología hizo que su trabajo cayera en desuso, un científico altamente capacitado se encontró trabajando en un restaurante de comidas rápidas. Una noche, después de nuestro estudio bíblico, habló de su situación y la describió como algo difícil y humillante. Declaró: «Algo bueno que puedo decir al respecto es que los jóvenes que están allí parecen muy interesados en mi fe». Un miembro del grupo respondió: «Admiro tu humildad. Sé que tu fe debe tener algo que ver con eso».
Copero del rey
Uno de mis pasajes bíblicos favoritos relacionados con el trabajo es Nehemías 1–2. Nehemías, un funcionario del rey Artajerjes, había sido un trabajador tan ejemplar que el monarca quiso honrarlo brindándole ayuda cuando estuvo triste porque Jerusalén seguía en ruinas. Le preguntó: «¿Por qué está triste tu rostro? […] ¿Qué cosa pides?…» (Nehemías 2:2, 4). No era un empleado cualquiera; era el copero, el hombre que probaba la bebida del rey para impedir que lo envenenaran. Para alcanzar tal posición, aparentemente se esforzó en su trabajo y honró a Dios en todo. Y el rey le concedió sus peticiones.
El don de recordar
Mientras estudiaba en el seminario, trabajaba en un hogar de ancianos. Cuando conversaba con estos hombres y mujeres, casi todos hablaban de la soledad que sentían en ese momento al haber vivido más tiempo que algunos de sus amigos. La mayoría se preguntaba si alguien los recordaría después de que dejaran esta vida.