Día 7: Descansar en Dios
Tampoco dudó, […] plenamente convencido
de que [Dios] era también poderoso para hacer todo
lo que había prometido. ROMANOS 4:20-21
Eran nuestras últimas vacaciones en familia antes de que nuestro hijo mayor fuera a estudiar a la universidad. Mientras nos sentábamos en el banco trasero de una pequeña iglesia junto al mar, se me llenó el corazón de amor al ver…
¿Qué puedo darle?
Un año, los responsables de decorar su iglesia para Navidad decidieron usar el lema «listas navideñas». En lugar de colocar los habituales adornos dorados y plateados, le dieron a cada persona una tarjeta roja o verde. De un lado, tenían que escribir qué regalo les gustaría recibir de Jesús; y en el otro, qué le regalarían a Aquel cuyo nacimiento se celebraba.
¡Bienvenidos todos!
L a noche en que proyectaríamos una película en la iglesia y por la que habíamos orado tanto había llegado. Se habían colocado anuncios por todo el pueblo, y las pizzas ya estaban en el horno. Esteban, el pastor de jóvenes, esperaba que ese filme sobre las pandillas en Nueva York incentivara a los jóvenes a evangelizar a esos grupos, pero se había olvidado de que televisaban un partido de fútbol y que asistiría poca gente. Cuando iba a comenzar la película, llegaron cinco motociclistas, todos vestidos de cuero. Esteban se puso pálido.
Con la frente en alto
Emilio vivía en la calle. Pasaba todo el año mirando el pavimento, mientras iba de un lado al otro de la ciudad. Por temor a que lo reconocieran, tenía vergüenza de mirar a los ojos a los demás, ya que no siempre había vivido sin un techo. No solo eso, también estaba todo el tiempo buscando en el suelo alguna moneda o medio cigarrillo. Mirar hacia abajo se volvió un hábito que le encorvó la columna vertebral, al punto de quedar fija y hacer que le resultara difícil enderezarse.
Aprender la lección
María era viuda y enfrentaba graves problemas de salud. Entonces, su hija la invitó a mudarse al nuevo «apartamento de la abuela», conectado con su casa. Aunque eso implicaría alejarse de sus amigos creyentes y de su iglesia, María se regocijó por la provisión del Señor. Sin embargo, a los seis meses, ese gozo y contentamiento iniciales amenazaban con desaparecer cuando se sintió tentada a quejarse por dentro y a dudar de si ese había sido el plan perfecto de Dios.
Tiempo para crecer
En su casa nueva, Débora encontró una planta abandonada en un rincón oscuro de la cocina. Las hojas arrugadas y polvorientas parecían de una orquídea enmohecida, y se imaginó lo hermosa que luciría la planta cuando brotara de nuevo. Movió la maceta a un lugar cerca de la ventana, le cortó las hojas y la regó. Compró fertilizante y lo puso en las raíces. Durante semanas, inspeccionó la planta, pero los brotes no aparecían. «Le daré un mes más —le dijo a su esposo—. Si no pasa nada para entonces, la tiro».
La fragancia de Cristo
¿Cuál de los cinco sentidos te trae más rápidamente cosas a la memoria? Para mí, es indudablemente el olfato. Una determinada clase de bronceador me lleva de inmediato a una playa francesa. El olor a alimento para pollos me recuerda mi niñez y las visitas a mi abuela. El aroma del pino susurra «Navidad», y cierto tipo de loción para después de afeitar me trae a la mente cuando mi hijo era joven.
El método de Dios
Necesitábamos que Dios nos hablara. Nos habían pedido que acogiéramos en casa por tres meses a dos niños preescolares, y debíamos decidir qué hacer con ellos. Con tres hijos propios, adoptarlos parecía no encajar en nuestros planes. Además, ya había sido difícil casi duplicar la familia. Nuestra lectura devocional diaria, escrita por Amy Carmichael, nos llevó a unos versículos desconocidos de Números 7.
Por favor, entra
La casa de una amiga está ubicada junto a una pequeña calle rural que los conductores usan durante las horas de mayor tránsito, para evitar la ruta principal y los semáforos. Hace unas semanas, llegaron unos obreros para reparar el pavimento y colocaron unas barreras con carteles que decían: «Prohibido pasar». Mi amiga contó: «Al principio, me preocupé porque pensé que no podría entrar con mi automóvil. Pero, después, seguí leyendo: “Acceso permitido solo para residentes”. No había desvíos ni barreras para mí. Tenía derecho a entrar y salir cuando quisiera porque vivía allí. ¡Me sentí especial!».
Palabras imprudentes
Últimamente, mi hija ha tenido muchos problemas de salud, y su esposo la ha cuidado y respaldado de maravilla. «¡Tienes un verdadero tesoro en él!», le dije.