Fortalecido por la gracia
Durante la Guerra Civil Norteamericana, la pena por desertar era la muerte. Pero los ejércitos de la Unión raras veces ejecutaban a alguien, porque su comandante en jefe, Abraham Lincoln, perdonaba a casi todos. Esto enfurecía al Secretario de Guerra, quien creía que eso solo incentivaba la deserción. Pero Lincoln empatizaba con los soldados que cedían ante el miedo en el fragor de la batalla. Y sus soldados lo veneraban por esa empatía. Amaban a su «Padre Abraham», y querían servirlo más y mejor.